miércoles, 30 de septiembre de 2009

Besa mi Chile cobre y mineral




21/02/09
23:35

En viaje de Arica a Santiago (Chile)


Nos despertamos con los primeros rayos del sol, la verdad que el asiento del Cruz del sur era casi tan cómodo como una cama. La azafata nos sirvió un desayuno que a diferencia de lo que fue la cena, sí estuvo a la altura de lo que fue el mejor viaje que tuvimos desde que salimos de Argentina. Al rato nos bajamos en una especie de aduana donde nos revisaron para que no entremos frutas al departamento de Tacna.
Al costado de la ruta sólo había desierto, un desierto triste, un paisaje desolado. Llegamos a Tacna, nada cambió, la ciudad existe porque está en la frontera con Chile, en realidad es la última ciudad de Perú antes de entrar al país de Neruda, la frontera se encuentra unos kilómetros más adelante, en medio del desierto. Todas las fronteras tendrían que ser como la de La Quiaca y Villazón, es mucho más cómodo para los viajeros y más redituable para los pueblos.
El colectivo nos dejó en la terminal nacional, para viajar a Chile cruzamos la calle y nos metimos en otra terminal, la internacional, no era gran cosa pero al menos había un lugar físico desde donde se tomaba el transporte para viajar al otro país. Llevabamos unos cuantos días sin penar con los bolsos, como que extrañaba la incomodidad suprema de llevar esa porquería color negra debajo del brazo como si fuera un lechón robado, o sobre el hombro cual bolsa de papa. Ni bien entramos a la terminal empezó el inevitable acoso de remiseros que nos querían llevar a Chile a toda costa, a pesar de que una mujer nos aconsejó que fuesemos en un colectivo porque era más seguro y barato, no nos pudimos negar a los 10 soles que nos cobró nuestro chofer.
El auto en el que entramos a Chile era una especie de Cadillac color negro en el que seis personas podíamos viajar con relativa comodidad. El chofer tenía una terrible cara de mafioso, dos dientes de oro le agrandaban una sonrisa que a cada rato se esforzaba en mostrar. Yo iba adelante, del lado de la ventanilla, con el vidrio abierto, recibiendo en la cara los golpes de la arena oscura que lo cubría todo hasta más allá del horizonte, el chofer dijo que la próxima vez que pasasemos por ahí, -espero que sea alguna vez en la vida-, todo iba a estar sembrado de olivos, no sé si será cierto pero ójala que puedan sembrar algo en esa tierra árida.
Pasamos la frontera sin problemas todos los tripulantes del coche menos Alvaro, al que demoraron por entrar mermelada de coca a Chile, pero tuvo suerte y al final le permitieron entrar los frascos. Parece increíble porque el paisaje a ambos lados de la frontera es el mismo, y es el mismo el olor que flota en el aire, y el sonido del viento, pero se siente una diferencia abismal de un país al otro.
La ciudad de Arica estaba más o menos a la misma distancia de la frontera que Tacna, camino a ésta el paisaje del costado de la ruta es el mismo, llegando a ésta se ve una especie de autovía moderna que te deja en el aeropuerto, después de eso empieza la playa, la arena ancha y sucia, y el pacífico gigante y hermoso, tan calmo como lo indica su nombre.
Una vez dentro de la terminal, hicimos lo mismo que en Perú, nos fuimos caminando con los bolsos a cuestas hasta el edificio que estaba al lado. Allí nos encontramos con un pequeño problema, regresar a Argentina no era tan facíl como nos imaginabamos. Era un secreto a voces que la opción de recorrer alguna ciudad de Chile ya la habíamos descartado, se nos había hecho muy larga la estadía en Lima. Empezamos a averiguar cómo diablos volvíamos a nuestro país, allí empezaron los problemas con el cambio, con los horarios, con los micros. Una empresa que habíamos visto en Salta que hacía viajes desde Arica a esa ciudad Argentina, no atendía hasta la tarde, el único tipo que nos vendía pasajes a Mendoza, nos cagaba terriblemente con el cambio si pagabamos el billete en pesos chilenos y no en dolares, pero Alvaro no podía sacar dolares de esos cajeros de mierda que había en toda la ciudad.
Cambíamos los soles que nos habían sobrado del viaje por Perú y con los pocos pesos chilenos que teníamos dejamos los bolsos en un guadaequipaje y después nos fuimos a ver si podíamos sacar plata de algún cajero y comprar algo para comer. A pocas cuadras de la terminal, cruzando un par de calles, había una especie de fería donde supuestamente todo era barato, pero la verdad que no hay nada barato en Chile, el kilo de pan cuesta diez pesos argentinos, y lo mismo 100 gramos de queso, y ni hablar de una gaseosa. Compramos mortadela, queso, y unos panes, al rato encontramos un cajero y Alvarito pudo sacar plata, pesos chilenos, ningún cajero de Chile parece tirar dolares. Después de eso nos fuimos a la playa a comer los sandwiches al rayo del sol.
Empezamos a caminar descalzos por la arena sucia, la verdad que era un placer pisar el suelo blanco y pegajoso, el suelo lleno de sal de la playa, ese suelo tan distinto a las piedras horribles que lo cubrían todo en Lima. Nos moríamos de ganas de meternos a nadar pero como no sabíamos cuándo nos volveríamos a bañar, ni cuánto tiempo tendríamos que viajar para llegar a Argentina, nos tuvimos que conformar con mojarnos las rodillas. Después nos sentamos en la arena y estuvimos mirando las voluptuosidades de las trasandinas hasta que se hizo la hora en la que supuestamente, iba a haber alguien en la empresa que nos podía llevar hasta Salta.
Lo unico que conseguimos como respuesta del chabón que trabajaba en el lugar fue una espera de no sé cuantos días. Terminamos sacando un pasaje hasta Santiago que nos costó no sé cuánta plata, y que no salía hasta las 11 de la noche. Salimos de la terminal para conocer un poco el fantasmal pueblo, nadie nos sabía decir dónde quedaba el centro, salimos para un lado pero nos dimos cuenta de que le estabamos errando feo, después volvimos a la terminal y nos metimos en el “Shop”, el lugar más bizarro y siniestro que hemos visto en el viaje. Un shoping abandonado que parece salido de una película de David Lynch. La verdad que era por demás de tenebroso caminar allí dentro, entre negocios espectrales que vendían cosas que hace 20 años dejaron de existir, y un local vacío al lado del otro.
Nos fuimos medio asustados del lugar, y preguntando, y preguntando, y preguntando, y no obteniendo nunca una respuesta clara, llegamos hasta la peatonal, el famoso centro que nadie nos sabía o quería, explicar dónde quedaba. Allí cambiaba mucho el aspecto de la ciudad, y Arica se convirtió de golpe en una urbe moderna y consumista, con locales de comida rápida, casas de electrodomesticos, y más maravillas del neoliberalismo. Quisimos entrar a comer unas salchipapas a uno de esos fast food, pero estuvimos como media hora parados y nadie nos atendió, no sé si nos tenían miedo o si se burlaban de nosotros, pero hacían de cuenta como que no existíamos.
Se nos hizo de noche deambulando por el lugar, al marcharnos empezamos a preguntar por algún supermercado y otra vez la misma historia, nadie nos entedía o no nos querían entender. Seguimos el rastro de algunas viejas caminando con bolsas llenas de mercadería y llegamos a un bolichito en el que no encontramos lo unico que fuimos a buscar, fiambre. Compramos por no se cuanta plata una botella de agua, teníamos agua y pan para un viaje que nos dijeron que iba a durar 32 horas.
Finalmente y aunque parezca mentira, después de pasar por varios negocios y sólo conseguir agua barata en uno, entramos a una panaderia y vimos que allí sí vendía fiambre; inentendible. La fiambrera dejaba mucho que desear y en vez de darnos 100 gramos de cada cosa nos había dado 100 pesos, una misería, tuvo que hacer todo de nuevo pero no nos importo, porque al menos ibamos a viajar con algo en el estómago.
Nos hicimos los sandwiches mientras esperabamos el micro, despúes de una visita obligada y bastante cara al baño, nos embarcamos en esta mole con ruedas en la que vamos a pasar una noche larga y un domingo mucho más largo aún. Parece mentira pero no veo la hora de estar en mi casa.

Al final de este viaje

20/02/09

22:44

En viaje de Lima a Tacna (Perú)

Nos levantamos sin resaca a eso de las 10 de la mañana y nos fuimos hasta una de esas agencías de turismo donde venden pasajes de micro a conseguir sí o sí, un boleto que nos sacara de Lima. Tuvimos suerte esta vez y una limeña cuarentona que parecía estar profundamente enamorada de Alvarito y odiarme a mí con toda su alma, nos vendió dos pasajes hasta Tacna. Almorzamos contrareloj por última vez en Norkis, y después nos tomamos un taxi que nos llevó hasta la terminal de la empresa Cruz del sur.

Llegamos con lo justo a tomar el colectivo, el mejor en el que he viajado hasta ahora en toda mi vida. Cada asiento es como una cama de dos plazas, hay como 9 plasmas para ver una película detrás de la otra, y una azafata no muy linda por cierto, a disposición para cualquier inconveniente. El viaje es tan cómodo, que desearía que no terminara nunca, o que éste Cruz del sur me dejara en la puerta de mi casa, o en el acceso a Casares, no voy a ser tan pretencioso.

El paisaje saliendo de Lima y en el resto del camino hasta que anocheció, era bastante desolador y triste, un desierto árido y bajo que no era más que polvo amontonado grano sobre grano hasta donde los ojos alcanzaban a ver.

La cena fue malisima, pero algo es algo, nos negamos a tomar la Inca kola y la azafata nos dio Coca, después de comer jugamos un bingo, el premio era un pasaje, por suerte no tuvimos suerte, hubiese sido irónico que la única vez en la vida que ganásemos algo, fuese una cosa que no pudiésemos disfrutar.

La verdad que no tengo la menor idea de lo que vamos a hacer cuando lleguemos a Tacna, ni de cómo vamos a entrar a Chile, ni de cómo vamos a volver a Argentina. Iremos resolviendo todo sobre la marcha como lo venimos haciendo desde que salimos. Debo reconocer con tristeza que el viaje ya terminó, ahora sólo queda resolver cómo volveremos a casa.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Están hablando del faso






20/02/09
5:45
Lima (Perú)


Que la capital de un país no tenga terminal de omnibus es una de las cosas más ilógicas y desagradables que le pueden pasar a un viajero. Eso complica mucho las cosas. Nos pasamos la mañana de agencia en agencia de turismo en el centro, tratando de conseguir dos pasajes en micro para Tacna, nuestro esfuerzo fue infructuoso, no conseguimos nada. En uno de los localuchos esos que hay frente a la plaza San Martin donde ofrecen pasajes, un pobre tipo ya nos había vendido 2 tickets, le dimos la plata y los documentos, hizo un par de llamadas, se fue y nos dejó solos en su oficina, escuchando rock nacional de Argentina por una radio peruana. ¡Qué placer oir una canción de Los Abuelos de la nada! Al rato el pobre tío regresó con la cara más triste que ví en la vida, diciendo que no había podido conseguir los pasajes. Yo no tengo corazón, pero en verdad daba lástima ver a este señor devolviendonos los soles.
Almorzamos en Norkis, un local de comidas rapidas de la peatonal, por 10 soles comimos carne, papa fritas, gaseosa, ensalada, y helado de postre. Una belleza los precios de la gastronomía peruana. Volvimos al hotel a rentar de nuevo nuestra habitación, habían cambiado las sábanas y limpiado todo el cuarto, al menos una buena, agarramos la ropa de playa y nos fuimos una vez más a Miraflores. El día en la playa fue igual que el anterior, casi ni nos metimos al agua hermosa del pacífico porque las piedras de la playa nos destrozaban los pies. A la tardecita, al regresar, pasamos por el mismo supermercado del día anterior a comprar fiambre y pan para hacer una picadita antes de salir.
Esta vez no nos intoxicamos como la noche anterior con la comida, y después de comer ni se nos ocurrió tirarnos en la cama, nos cambíamos, nos fuimos a tomar un bondi para ir a Miraflores, y después de un buen viaje, nos bajamos en medio de la famosa noche limeña.
A mí, a diferencia de Alvarito, no me gusta mucho la joda que puede ofrecer una ciudad de noche, pero igualmente estoy en condiciones de decir que la noche de Lima no vale nada. Ibamos caminando, pispeando todo lo que había para ver, pasando de largo un local más careta que el otro, cuando de repente, escuchamos a un pseudo Pablo Milanes cantando en un bar, acompañado con un cajón peruano, un guitarrista y un bajista. Era el pub más cheto que habíamos visto hasta el momento, pero la fuerza del bolero que el pseudo Pablito cantaba nos obligó a entrar.
Era una gran canción, nos trajeron la carta, los precios eran inaccesibles para nuestros bolsillos, pedimos lo más barato, 2 chops de Cristal por 9 soles cada uno, casi el almuerzo de la mañana. El bolero terminó y los músicos dejaron el escenario y se fueron a comer afuera. La desgracia que siempre me persigue. Encima después esperanzados quién sabe por qué cosa, nos pedimos 2 chops más para contemplar el resto de un espectáculo que nunca continuó. El lugar era horrible, lleno de gatos y de viejos que se llevaban a los gatos en sus coches importados. No creo hablar desde la envidia.
De allí empezamos a elegir con más criterio el próximo sitio al que visitar, nos levantamos de un par de lugares donde los precios eran astronómicos, y al fin encontramos nuestro sitio. Una pizzería de mala muerte donde la jarra de litro y medio valía 12 0 15 soles. El clima bizarro de la pizzería me caía 10 puntos. Las caripelas más aterradoras de Lima, -incluidas las nuestras-, estaban sentadas tomando cerveza en jarra en el lugar, había una especie de narcotraficante rodeado de mujeres, y el gordo más gordo de Perú cantando 2 boleros por 5 soles.
Después de que nos cerraran el lugar fuimos a un par de boliches que no valían nada, encima no levantamos nada y seguimos tomando cerveza Cristal medio caliente. Alvarito que venía canchero de Cuzco, al salir conmigo se le cayó el autoestima. Es impresionante la cantidad de falopa que te ofrecen, es como en la peatonal de la ciudad, cada dos pasos algún chabón que te dice si querés faso, coca, ácido, y no sé cuàntas cosas más. Indigna el “Argentino. Brother. ¿Quiere fasito?”. Pasan los días y uno no se acostumbra.
Como a las 4 ya no quedaba ni el gato en la zona. Nosotros teníamos que esperar que se hicieran las 5, o la hora que fuese en que los micros empezaran a pasar por el lugar para regresarnos al centro. La oferta de putas cotizaba alto tambien, pero a nosotros nos ofrecian más droga que carne. No sé qué tendremos en la cara. Empezamos a dar vueltas por todo el lugar, encontramos abierto el supermercado de los sandwiches de la tarde, nunca fuimos más felices que al comprobar que el lugar no cerraba nunca. Pero cuando fuimos al sector del pan y del fiambre, estaba todo cerrado. No sé qué venderan a las 4 de la mañana. Nos fuimos hasta la playa, anduvimos por cualquier calle, pero cada cierta cantidad de cuadras siempre aparecía un policia, es un lugar muy seguro, cualquier lugar es más seguro que Argentina, pero al menos en Miraflores y en el centro, Lima es muy segura.
En el shopping al que ibamos a la tarde, había un boliche, y todos los chetos adolescentes de la ciudad, salían del boliche a esa hora. Los vimos un rato a falta de tener nada mejor que hacer. Después volvimos para la zona en la que habíamos salido para ver si empezaban a pasar los bondis. De a poco iban apareciendo pero ninguno nos llevaba a donde ibamos, Alvaro se durmio sentado en el cordón de la vereda y casi se desnucó contra el asfalto. Al rato cayó el micro, nos subimos, nos dormimos en el camino pero por suerte despertamos justo a tiempo para bajarnos. Camino al hotel nos corrió un perro. Espero que mañana consigamos pasajes para irnos de una vez por todas de Lima.

Todo el oro del Perú














18/02/09

23:30

Lima (Perú)

A la mañana empezamos nuestra recorrida por la ciudad, la primera parada estaba bien cerca, era la iglesia frente a nuestro hostal. El centro de Lima tiene bastante de eso, un sitio interesante al lado del otro. Pegamos una recorrida por la plaza de armas, por la plaza San Martin, deambulamos un rato por calles aledañas, no sé cómo hasta ahora nunca nos perdimos en estas ciudades grandes, debo reconocer que casi todo el merito de ello es de Alvarito, ya que yo me perdí en la isla del sol y en Machu Pichu, y casi me pierdo dando la vuelta alrededor de la isla del pescado en el salar de Uyuni.

De todos los museos que visitamos el que más conforme nos dejó fue el museo de un banco que tenía entre otras cosas, una impresionante colección de objetos de oro. Éstos estaban dentro de una bóveda con las puertas blindadas más grandes y gruesas que ví en la vida. Parece mentira que cuiden con tanto ahínco esos objetos de los robos, teniendo en cuenta que éstos fueron robados antes de los palacios, las fortalezas, y las ciudades incas. Lo que más me impresiono fueron las máscaras mortuarias que les ponían a los nobles una vez fallecidos, y unos muñequitos de oro del tamaño de las sorpresita de los Jack que me encantaría tener en mi casa, sobre la biblioteca, al lado de las colecciones Jacks de Los Simpson. El museo de la inquisición tambien estuvo bueno, me llamo bastante la atención que reconocieran alguna de las tantas injustucias que cometieron los españoles en ésta ciudad, la más importante del continente en la epoca colonial.

Al mediodía vimos el cambio de guardia en el palacio presidencial, un circo barbaro, demasiada fantasía para una fanfarría que sonaba como el culo. Comimos un pedazo de pizza en un fast food de los tantos que hay en el centro, y nos tomamos un bondi para ir a la playa. Nos bajamos en el barrio Miraflores, supuestamente el más cheto y moderno de Lima. Por lo que vimos eso es verdad, el lugar contrasta y mucho con el resto de la ciudad, sobre todo con la Lima que vimos el día que llegamos, antes de bajarnos del micro que nos trajo desde Cuzco. Caminamos unas cuantas cuadras hasta llegar a la playa. En realidad primero llegamos a un lugar desde donde podíamos contemplar el océano pacífico en todo su esplendor, para bajar hasta la playa dimos vueltas como media hora.

El mar estaba hermoso, este océano es mucho más limpio y tranquilo y menos salado que el atlántico, el problema en el lugar donde estabamos nosotros era que la playa en vez de arena era de piedra, y meterte al agua te destrozaba los pies, un poco por las piedras filosas como vidrio que había que pisar para meterse al agua, y sobre todo por piedras grandes como pelotas de rugby que las olas traían del mar y después devolvían al mismo, y siempre las hacían golpear contra los pobres tobillos de la gente que quiere refrescarse un poco. El lugar está lleno de surfers, cuando nos arrimabamos a la playa un quía nos ofreció barrenar un poco las olas, la sola idea de ver mi cuerpo de rugbier venido a vemos y el de Quijote desnutrido de Alvarito dentro de un traje de neoprene, me causó vergüenza ajena. Igualmente la pasamos bien tirados en la playa, viendo un poco de chicas, y matandonos de risa de un naboleti europeo que estaba tomando sol muy tranquilamente hasta que una ola lo cubrió y luego se dejó caer sobre el cuerpo del pobre tipo.

Después de la playa nos metimos en el shopping, allí había otro museo, nos dieron unas entradas para el mismo y nos metimos a contemplar un poco más del saqueo que sufrieron los incas. Estaba muy bueno tambien éste. Nos fuimos ya al atardecer del lugar y tratando de encontrar un bondi que nos llevara de vuelta hasta el centro, encontramos un supermercado, el primero desde que salimos de Argentina. Compramos pan y fiambre, un poco de tocino, rabito, panceta, y demás cosas grasosas y exquísitas. Tambien un pan decente, parecido al de Argentina.

Tardamos una eternidad en llegar al hotel, el tránsito de la hora pico acá en Lima es tan caótico como en todas las ciudades grandes del continente. Es esta ciudad los bondis sólo utilizan un par de avenidas para recorrerla de punta a punta, pero ese método es peor creo que el de Bs As o La Paz donde los colectivos andan por cualquier lado. En realidad a nosotros no nos molestaba que el colectivo tardara mucho porque la aventura de andar en semejante jungla urbana era divertida, y además podíamos conocer parte de la ciudad que nunca veríamos de otra forma, el problema para nosotros era que teníamos el fiambre en la mochila y nos moríamos de ganas de hacernos unos buenos sandwiches.

Me pegué un baño y después con una mesa que había en la pieza, mi navaja, la tapa del termo de Alvarito como vaso, y papel higienico haciendo las veces de servilleta, nos pusimos a degustar el manjar. Rabito, tocino, panceta, pate foie, queso, mayonesa, parecía la formación del equipo de los sueños del sabor, pero de las pesadillas para la salud. Cada sandwich fue una bomba, una granada que iba a parar directamente al estómago.

Confieso que no puedo moverme, que estoy tirado en la cama tratando de que el estómago me crezca una vez más y la comida que ingerí se me pueda acomodar. La dieta forzada, -no por ratas sino por sentido común-, que veníamos llevando, hoy se fue al carajo. Tenemos pensado salir, conocer la noche de Miraflores, pero yo no creo que eso ocurra, si nos dormimos ni las balas nos van a despertar. No sé si estaremos vivos mañana, pero si los sandwiches que comimos son los culpables de nuestro deseso, morimos por una causa justa.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Lima Limón





17/02/09
23:16
Lima (Perú)

A mitad de la noche, una y otra vez, me despertaba por alguna u otra razón. Una mina que le reprochaba a su compañera de asiento que le había robado la billetera, una loca que mataba a palo a sus muchachitos porque le habían perdido el celular, una jauría de perros que se agarró a mordiscones en el pasillo, y por sobre todas las cosas el olor a baño del infierno que había dentro del micro. Amanecimos en medio del desierto, la tierra árida pasó a convertirse en polvo y el paisaje era estremecedoramente desolado hasta que por allá pudimos ver el mar. Llevabamos más de 20 horas de viaje y ni miras de llegar a Lima, a la civilización. Cerca del mediodía los choferes pararon en una fonda que quedaba donde el mar se une con el desierto, para almorzar. Todos nos bajamos del micro, muchos se metieron a comer en ese lugar, el más antihigienico que vi en la vida, esta vez no sólo vi mujeres orinando a la intemperie como si fueran animales sino que tambien algunas se dieron una ducha completamente desnudas bajo un chorro finito de agua que salía de una canilla al costado de la fonda.
El calor ya era insoportable pero medio que ya nos habíamos curado de espanto, después de viajar por Bolivia y por Perú ya nada podía sorprendernos. Como a las dos de la tarde empezamos a ver una especie de Gran Bs As, casas y casas y más casas, calles, asfalto percutido, negocios que vendían cualquier cosa. El paisaje no cambió nunca mientras estuvimos adentro del colectivo. El Huamanga o Huamanda paró en una especie de localcito en el barrio más feo de toda la capital y la mitad de los pasajeros se bajaron ahí. Nosotros nos dijimos que no bajaríamos hasta que no quedara nadie dentro del micro, yo ya me imaginaba lo que finalmente pasó, que Lima no tiene terminal. Nada lindo vimos en ningún momento, era como si la capital de Perú fuese un Moreno gigante. Nos bajamos en un galpón, supuestamente esa era la terminal de la empresa. No habíamos salido de adentro del micro cuando nos empezaron a acosar los tacheros para llevarnos a algún lugar. Como pudimos y con los bolsos en la mano salimos caminando para escaparnos de éstos. Vi gente de a montones cruzando una calle como a cinco cuadras de donde estabamos, hasta allí nos dirijimos, nos encontramos con una plaza, buscamos en el mapa del centro de Lima que nos habían dado en Cuzco y con satisfacción vimos que ésta figuraba allí. Paramos un taxi y le pedimos que nos llevara al centro.
A un par de cuadras de la plaza principal había una cuadra llena de desarmaderos, uno al lado del otro. Después un quilombo terrible de tránsito, calles cortadas, parecía que toda la ciudad iba a ser espantosamente fea, pero el centro de Lima es hermoso. El taxi nos dejó frente a la plaza, le preguntamos a un milico dónde nos podían dar información turistica, nos mandó a una galeria en la otra cuadra. Había una oficina, y una minita medio opa que a duras penas nos dio algunos datos. Lo primero que hicimos fue buscar hospedaje, siguiendo las instrucciones de la minita no llegamos nunca a los 2 hosteles que nos había recomendado, por suerte un chabón que nos vio medio perdidos nos preguntó qué buscabamos y nos indicó dónde quedaba el hotel Europa. Conseguimos una pieza a dos cuadras de la plaza de armas de Lima por 28 soles, 14 per capita, una terrible ganga.
Me bañe, me cambié de zapatillas, por primera vez desde que salimos de Casares hize a un lado las Nike encintadas. La plaza de Lima a la tardecita es un lugar hermoso, la catedral, la casa de gobierno, esas edificaciones antiguas que el paso de los años sólo embellece. Nos metimos a caminar por unas peatonales, toda la gente de la ciudad parecia caminar por esas calles a esa hora. Llegamos a la plaza San Martin, que al parecer es el unico homenaje que el hombre que les dio la independencia tiene en la capital. Después de mucho indagar precios y lugares, nos sentamos en un restaurant a ver el partido de Boca por la copa. Cenamos por 8 soles, plato principal y entrada por 8 soles, en Argentina por esa plata comes un superpancho y la coca si tenes suerte. De plato principal pedimos cordero con pure de papas, de entrada Alvarito sopa, como siempre, yo pedi cebiche sin saber muy bien qué era.
Me trajeron un plato gigante con el choclo más grande que jamas había visto, medio zapallo calabaza, cebolla como para alimentar una familia tipo, y debajo de todo eso, como un kilo de pescado crudo cortado en trozos. Cada trozo que comía era como si me metiera una brasa en la boca, nunca en la vida comí algo tan picante y calculo que nunca más comere algo así, por suerte al toque me trajeron el cordero. Unos buenos pedazos con la misma salsa que tenía el que habíamos comido el sabado, en la excursión por el valle sagrado. Tomamos gaseosa, una deliciosa jarra de jugo de piña, papaya y platano, -no sé cómo haran para sacarle jugo a la banana-, y unas cervecitas mientras miramos el segundo tiempo. Ganamos 1 a 0 pero sin jugar a nada, no creo que tengamos un buen año.
Después salimos a caminar,para bajar la comida y ver un poco de la noche limeña, algo con lo que Alvaro viene soñando desde antes de salir de Argentina. Lo que vimos ahí en el centro no valía nada de nada. Pero la gente anda tranquila hasta altas horas, las familias pasean, los chicos juegan en la plaza, nos falta aprender muchisimo a los argentinos, es imposible imaginarse a un chico jugando en una plaza de la capital a ninguna hora del día.
Nos volvimos a el hotel, mañana vamos a arrancar temprano para recorrer los museos y demás sitios turísticos que hay en la capital. A la tarde vamos a ir a la playa, por primera vez en la vida me voy a meter al océano pacífico.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Ruta 666





16/02/09
21:51
En viaje de Cuzco a Lima (Perú)

Serían las 6 de la mañana cuando me desperte aturdido por la lluvia ensordecedora que caía. Abrí los ojos y me acomodé un poco en la cama. Me parecía demasiado potente la lluvía, como si estuviera cayendo dentro de la pieza. Ahí caí en la cuenta de que la ducha que había dejado abierta antes de acostarme estaba haciendo estragos en el baño. Me levanté a cerrar las canillas y volvi a dormir hasta eso de las 9 cuando nos levantamos. Alvaro se fue a desayunar y yo me di flor de baño, el mejor desde que salí de Casares hace apenas dos semanas, pero parece que fuera hace siglos.
Dejamos el hotel y nos fuimos a recorrer las calles de Cuzco por última vez. Anduvimos por el centro, yo cambié plata y llevé a pasar las fotos a un cd para tener lugar en la cámara. Nos encontramos con Gordon frente a la plaza de armas, en las escalinatas de una de las catedrales. Charlamos un rato y nos fuimos a sacar los pasajes para viajar a Lima.
Almorzamos en un barcito, encontramos muy buenos precios y nos hicimos la cabeza con todo lo que ibamos a comer, sin embargo las 2 empanadas que nos comimos cada uno supuestamente de entrada, tenían cada una el tamaño de media tarta y nos llenamos con eso. Encontramos una especie de mimercado para turistas e hicimos unas buenas compras, aunque endulsados por el consumismo compramos cosas innecesarias, como una botella de Electroligth, el Gatorade peruano.
Anduvimos un rato más a las vueltas hasta que se nos hizo la hora del viaje y volvimos al hotel para agarrar los bolsos y partir. Nos tomamos un taxi, un autito finito como una moto con sidecar en el que apenas entrabamos con los bolsos. El chofer tenía muy buena onda, se despacho contra los chilenos, a los que odiaba porque el gobierno les permitía instalar empresas y negocios en Perú sin pagar impuestos. Después le hablamos del Cienciano y nos lo compramos. Contó cuando vino Boca a jugar a Cuzco, que nos ganaron, -no lo recuerdo yo-, dijo que nunca vio a nadie correr como Riquelme, -sic-, y soltaba el volante para mostrar cómo el Pato Abondanzieri volaba de palo a palo. Tambien contó cuando le ganaron a las gallinas la final de la sudamericana. Nos llevó hasta la terminal, un viaje del carajo por dos soles cincuenta, un fenómemo.
La terminal de Cuzco en nada se parecía a lo que recordaba de la noche en que llegamos, es bastante grande y tiene un quilombo terrible de gente gritando, gente tirada en los pasillos y micros saliendo de todos lados. El micro nuestro se llamaba Huamanga, pero el boleto decía Huamanda, así que antes de subir ya teníamos una idea de a qué nos enfrentabamos. La gente empezó a llenar de bultos los maleteros, por lo que el viaje se pareció a los de Bolivia. Antes de que salieramos de la ciudad, una lluvia de globos de agua cayó sobre las ventanas del micro, uno pegó en un asiento, se reventó y me empapó, estuvo bueno porque hacía calor.
Tampoco habíamos salido de Cuzco cuando el ayudante de los choferes se recorrió el pasillo con bolsas de plastico en la mano, que repartió para que las personas vomitaran o hicieran alguna otra necesidad ahí dentro. Todos menos Alvaro y yo las tomaron, me aterró la idea de que alguien pudiese cagar o vomitar en las bolsas que en Argentina se usan para poner caramelos, pero ya los viajes en Bolivia nos demostraron que la gente de éstos países es capaz de cualquier cosa dentro de un colectivo.
Habíamos andado un rato apenas por las rutas descascaradas de Perú, cuando el colectivo pinchó una goma. Como entre 10 personas tuvieron que aflojar las tuercas, les llevó más de una hora a los choferes, el ayudante, y todo el que quisiera dar una mano, cambiar la rueda. Cuando nos bajamos, me sorprendió ver a las mujeres haciendo sus necesidades a la orilla del camino, acuclillarse al lado del micro, a la vista de todo el mundo, y mear o cagar cual si fueran animales. Se nos hizo de noche ahí, cambiando la goma en medio de la montaña, volvimos a entrar al micro y todos los pasajeros empezaron a sacar comida quién sabe de dónde, y se despacharon a destajo con arroz que tenían dentro de bolsas, pure de papas, y cosas raras que tenían un olor espantoso.
En un momento paró en alguno de esos pueblos perdidos en el medio de la nada donde todos se bajan del micro y vuelven con comida. Ahí había un perro afuera que empezó a ladrar y uno desde dentro del colectivo le respondió, tambien ví una caja con un pajaro que llevan los trogloditas del asiento de adelante, los mismos que llevan a otro perro dentro de una bolsa arpillera. El olor que hay en el micro es por demás de nauseabundo, han usado las bolsas para vomitar y de seguro para cagar, y no las tiraron por la ventanilla como les recomendó el que las repartió. Jajaja. Parece una pesadilla. No creo que con este olor, los muchachitos que lloran, las minas que gritan, y las demás cosas que pasan acá adentro, pueda pegar un ojo en toda la noche. Lo envidió a Alvarito que duerme y ronca como si estuviera en la mejor de las camas. Espero llegar a Lima cuanto antes.