miércoles, 30 de diciembre de 2009
Las puertas de Tiahuanaco
Las ruinas de Tiahuanaco
Altos cerros de Potosi
martes, 22 de diciembre de 2009
Serpiente (viaja por la sal)
viernes, 18 de diciembre de 2009
miércoles, 16 de diciembre de 2009
Te doy pan quieres sal
Colchani, un pueblito donde se trabaja la sal que se extraedel salar y que tiene un museo hecho de sal, con esculturas de sal.
lunes, 14 de diciembre de 2009
La ruta más triste, más bella y más peligrosa del mundo
Atocha, la ciudad más fea del mundo. Un pueblo de cartón perdido en el medio de la más pura nada.
viernes, 11 de diciembre de 2009
Las callecitas de Villazon
jueves, 10 de diciembre de 2009
martes, 8 de diciembre de 2009
domingo, 6 de diciembre de 2009
Un corte y una quebrada
Las callecitas de Tilcara tienen ese que sé yo, ¿viste?
El monumento a los Heroes de la independencia, en Humahuaca
Humahuaca vista desde arriba
Salta desde arriba
lunes, 12 de octubre de 2009
Yo pisare las calles nuevamente
23/02/09
22:50
En viaje de Mendoza a Santa Rosa (Argentina)
“Yo pisare las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada, y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes”. Las calles de Santiago las tendremos que pisar nuevamente, porque apenas si las pisamos. Llegamos como a las 6 de la mañana a la capital de Chile, todo era raro en el lugar a esa hora, vi una pared gigante, vi una especie de fábrica abandonada y que el colectivo se metía ahí dentro, después no sé cómo aparecimos en la terminal.
La estación de omnibus a esa hora estaba bastante desolada, muy desolada, demasiado. El clima del lugar era muy diferente al de Retiro, en Bs As, donde hay un mundo viviendo ahí dentro las 24 horas del día. En las pocas boleterías que había abiertas a esa hora, empezamos a preguntar para ir a Argentina, había una que salía a las 8 para Mendoza. Empezó la terrible odisea de intentar sacar plata de un cajero. Probabamos en uno, en otro, en otro, en todos los que había en la terminal y ninguno le daba pesos chilenos a Alvarito. Preguntamos por algun banco, y salimos a la calle con los bolsos a cuesta y toda la mufa del mundo a intentar una y otra vez hacer la transacción. Para colmo la casa de cambio no abría hasta las 10 y pico, o sea que ibamos a estar un buen rato varados en la terminal porque no teníamos ni un peso chileno.
Volvimos al banco y la misma historia, carabineros que no sabían dónde había un banco, otros que ni siquiera sabían que había cajeros dentro de la terminal, poco a poco empezaba a amanecer, nos mandamos otra vez a la calle, de nuevo a la terminal. Allí hablando otra vez con un milico que parecía no entender español, nos dijo que esa no era la terminal internacional, que para viajar a Argentina teníamos que ir a otra. De nuevo ganamos la calle, caminabamos por la Alameda, veíamos esos enormes colectivos con fuelle que doblaban a fondo la avenida casi sin pasajeros adentro. Encontramos la terminal y una empresa que nos llevaba a Mendoza antes de las 8, por un precio mucho más barato que la de la otra terminal. Pero el micro estaba por salir, y no teníamos plata, no agarraban mis pesos argentinos. Decidimos probar suerte una vez más en el cajero, y le dije a Alvaro que no pidiera ticket de la transacción al final, porque siempre lo había pedido y nunca se lo había dado. Pasó lo mismo que pasaba cuando uno soplaba los cassette de la family y después salían andando, el cajero nos dio la plata.
Sacamos los pasajes y con lo que sobraba nos compramos unas empanadas fritas, unos jugos y un par de idioteces más para no regresar al país ni siquiera con un centavo chileno. Después nos dimos cuenta que si nos querían cobrar el bendito derecho de terminal no ibamos a tener con qué pagarlo, por suerte en Santiago no se abusan de la nobleza de uno. En el micro nos dieron un buen desayuno, así que llenamos algo más la panza. Dejamos Santiago atrás virgenes se podría decir de la capital chilena. No tardó en chocarnos la cordillera de los andes, la columna vertebral del continente y del mundo, la cadena montañosa que San Martin cruzó para liberar America del yugo español que hoy vuelve a someternos con telefonica, repsol, y demás multinacionales tan chupasangres como los monarcas y conquistadores de antaño.
La vista de los andes fue mucho más hermosa de lo que podía imaginar, cuando creía que todo lo hermoso ya había quedado atrás, el camino nos dio una nueva alegría. Pasamos la frontera y por fin regresamos al país. Es increible lo que se siente al regresar a la patria, más allá de los politicos y las botineras este es un gran país, el de Piazzolla, Borges, Cortazar, el de todos los heroes anominos que se deslomaron y nos deslomamos laburando para que los gobiernos de turno hagan mierda todo el sacrificio de la gente.
Llegamos a Mendoza, la antigua capital de Cuyo es una ciudad muy linda, muy tranquila comparada con Bs as. En la terminal ni bien llegamos, y como veníamos haciendo en los últimos días, empezamos a averiguar para volver a Casares. Terminamos sacando pasajes a Santa Rosa, dejamos los bolsos en la agencia a la que le compramos los tickets y nos fuimos para el centro. El que nos vendió los pasajes nos recomendó un shopping en el que iba a haber más movimiento que en ningún otro lado de la ciudad, así que nos tomamos un bondi y allí nos dirigimos.
Más que nada nos dedicamos a boludear y a mirar la belleza inverosimil de las mujeres argentinas. Me comí un buen pedazo de matambre a la pizza, y después un helado de 9 pesos que no pude terminar, por primera vez en el viaje y sabiendo que las cuentas daban para eso, empece a derrochar. Volvimos a la terminal con tiempo de sobre para tomar el micro, la verdad que es bastante cómodo, aunque es más caro, -mucho más caro-, la mayoria de las veces en Argentina se viaja mejor que en el resto de los países que visitamos. Llegaremos a Santa Rosa a eso de las 6 0 7 de la mañana, así que calculo que no vamos a tener ningún tipo de problemas en conseguir boletos para regresar a Casares.
martes, 6 de octubre de 2009
La arena de los relojes hizo crecer el desierto
22/02/09
21:34
En viaje a Santiago (Chile)
Es imposible que un pais sea tan largo y la vez tan finito como Chile. Llevamos más de un día viajando en línea recta y todavía ni estamos cerca de Santiago, que es algo así como el ombligo del país. Pero al mismo tiempo, la ruta que corta al medio el desierto nos permite ver las cumbres heladas de la cordillera de los Andes, y las aguas infinitas del océano pacífico. Si se ensanchara un poco más la cordillera o crecieran algo las aguas del océano, el país desaparecería.
No sé cuántas veces nos bajamos en la noche en distintas aduanas a que nos revisaran los bolsos, no sé qué temen, la verdad que rompen bastante las bolas. Dormir era dificil igual por el calor propio del averno que hacía en el micrucho este que ya se ha convertido en nuestro segundo hogar. Amanecimos en alguno de los contados pueblos o ciudades que hemos visto a lo largo de los dos mil y pico calculo de kilometros que llevamos hechos. El micro paró allí y después, cuando subimos nuevamente al bólido, empezó la peor maratón de cine, -si a eso que nos ponían se le puede llegar a llamar así-, que he visto en la vida. Una película mala, terriblemente mala tras otra, y así pasamos toda la mañana. El paisaje era el desierto más árido y desagradable del mundo, el de Atacama. No sé cuántos millones de años dicen que hace que no llueve en el lugar, pero cuando uno lo ve da para pensar que no llovió nunca desde la explosión inicial del universo.
El paisaje es asquerosamente pornografico, polvo, polvo y más polvo, ni siquiera los cactus se animan a asomarse entre el desierto más desierto de todos. Cerca del mediodía nos dieron un poco de arroz para comer, menos mal que llevabamos agua y algunas galletitas en las mochilas. La tarde fue lo mismo, calor, películas terriblemente malas, y desierto, en un momento dado le dije a Alvarito que tendrían que poner algún dvd de música, “el unplugged de Kiss”. Al rato ocurrió algo, terminó una de las tantas películas insoportables, y la pantalla se iluminó con una clave de sol, y si el viaje era bastante pesadillezco parecía que nada lo podría empeorar, las siguientes dos horas y media los chilenos nos aturdieron con un recital de regaeton, -no sé si la peor música que nunca jamas hizo el hombre se escribira así y no me importa para nada-.
A la tardecita llegamos a La Serena, el micro frenó en la terminal y los choferes dijeron que iba a estar cerca de una hora detenido, con Alvaro nos fuimos a un Shopping, nos pegamos una buena lavada de manos y cabeza en el baño, y después boludeamos un rato ahí dentro, por lo poco que vimos de la ciudad era bastante linda, vi unas haches de rugby desde la ventanilla del micro cuando este partía y me dio algo parecido a la nostalgia.
La cena fue peor que el almuerzo, apenas si me metí a la boca algunos granos de arroz que estaban cubiertos de alguna sustancia que parecía no ser de este planeta. No tengo la menor idea de cuándo iremos a llegar a Santiago y tampoco sabemos muy bien qué haremos después, pero por el momento lo que más deseamos es el fin de este viaje.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Besa mi Chile cobre y mineral
21/02/09
23:35
En viaje de Arica a Santiago (Chile)
Nos despertamos con los primeros rayos del sol, la verdad que el asiento del Cruz del sur era casi tan cómodo como una cama. La azafata nos sirvió un desayuno que a diferencia de lo que fue la cena, sí estuvo a la altura de lo que fue el mejor viaje que tuvimos desde que salimos de Argentina. Al rato nos bajamos en una especie de aduana donde nos revisaron para que no entremos frutas al departamento de Tacna.
Al costado de la ruta sólo había desierto, un desierto triste, un paisaje desolado. Llegamos a Tacna, nada cambió, la ciudad existe porque está en la frontera con Chile, en realidad es la última ciudad de Perú antes de entrar al país de Neruda, la frontera se encuentra unos kilómetros más adelante, en medio del desierto. Todas las fronteras tendrían que ser como la de La Quiaca y Villazón, es mucho más cómodo para los viajeros y más redituable para los pueblos.
El colectivo nos dejó en la terminal nacional, para viajar a Chile cruzamos la calle y nos metimos en otra terminal, la internacional, no era gran cosa pero al menos había un lugar físico desde donde se tomaba el transporte para viajar al otro país. Llevabamos unos cuantos días sin penar con los bolsos, como que extrañaba la incomodidad suprema de llevar esa porquería color negra debajo del brazo como si fuera un lechón robado, o sobre el hombro cual bolsa de papa. Ni bien entramos a la terminal empezó el inevitable acoso de remiseros que nos querían llevar a Chile a toda costa, a pesar de que una mujer nos aconsejó que fuesemos en un colectivo porque era más seguro y barato, no nos pudimos negar a los 10 soles que nos cobró nuestro chofer.
El auto en el que entramos a Chile era una especie de Cadillac color negro en el que seis personas podíamos viajar con relativa comodidad. El chofer tenía una terrible cara de mafioso, dos dientes de oro le agrandaban una sonrisa que a cada rato se esforzaba en mostrar. Yo iba adelante, del lado de la ventanilla, con el vidrio abierto, recibiendo en la cara los golpes de la arena oscura que lo cubría todo hasta más allá del horizonte, el chofer dijo que la próxima vez que pasasemos por ahí, -espero que sea alguna vez en la vida-, todo iba a estar sembrado de olivos, no sé si será cierto pero ójala que puedan sembrar algo en esa tierra árida.
Pasamos la frontera sin problemas todos los tripulantes del coche menos Alvaro, al que demoraron por entrar mermelada de coca a Chile, pero tuvo suerte y al final le permitieron entrar los frascos. Parece increíble porque el paisaje a ambos lados de la frontera es el mismo, y es el mismo el olor que flota en el aire, y el sonido del viento, pero se siente una diferencia abismal de un país al otro.
La ciudad de Arica estaba más o menos a la misma distancia de la frontera que Tacna, camino a ésta el paisaje del costado de la ruta es el mismo, llegando a ésta se ve una especie de autovía moderna que te deja en el aeropuerto, después de eso empieza la playa, la arena ancha y sucia, y el pacífico gigante y hermoso, tan calmo como lo indica su nombre.
Una vez dentro de la terminal, hicimos lo mismo que en Perú, nos fuimos caminando con los bolsos a cuestas hasta el edificio que estaba al lado. Allí nos encontramos con un pequeño problema, regresar a Argentina no era tan facíl como nos imaginabamos. Era un secreto a voces que la opción de recorrer alguna ciudad de Chile ya la habíamos descartado, se nos había hecho muy larga la estadía en Lima. Empezamos a averiguar cómo diablos volvíamos a nuestro país, allí empezaron los problemas con el cambio, con los horarios, con los micros. Una empresa que habíamos visto en Salta que hacía viajes desde Arica a esa ciudad Argentina, no atendía hasta la tarde, el único tipo que nos vendía pasajes a Mendoza, nos cagaba terriblemente con el cambio si pagabamos el billete en pesos chilenos y no en dolares, pero Alvaro no podía sacar dolares de esos cajeros de mierda que había en toda la ciudad.
Cambíamos los soles que nos habían sobrado del viaje por Perú y con los pocos pesos chilenos que teníamos dejamos los bolsos en un guadaequipaje y después nos fuimos a ver si podíamos sacar plata de algún cajero y comprar algo para comer. A pocas cuadras de la terminal, cruzando un par de calles, había una especie de fería donde supuestamente todo era barato, pero la verdad que no hay nada barato en Chile, el kilo de pan cuesta diez pesos argentinos, y lo mismo 100 gramos de queso, y ni hablar de una gaseosa. Compramos mortadela, queso, y unos panes, al rato encontramos un cajero y Alvarito pudo sacar plata, pesos chilenos, ningún cajero de Chile parece tirar dolares. Después de eso nos fuimos a la playa a comer los sandwiches al rayo del sol.
Empezamos a caminar descalzos por la arena sucia, la verdad que era un placer pisar el suelo blanco y pegajoso, el suelo lleno de sal de la playa, ese suelo tan distinto a las piedras horribles que lo cubrían todo en Lima. Nos moríamos de ganas de meternos a nadar pero como no sabíamos cuándo nos volveríamos a bañar, ni cuánto tiempo tendríamos que viajar para llegar a Argentina, nos tuvimos que conformar con mojarnos las rodillas. Después nos sentamos en la arena y estuvimos mirando las voluptuosidades de las trasandinas hasta que se hizo la hora en la que supuestamente, iba a haber alguien en la empresa que nos podía llevar hasta Salta.
Lo unico que conseguimos como respuesta del chabón que trabajaba en el lugar fue una espera de no sé cuantos días. Terminamos sacando un pasaje hasta Santiago que nos costó no sé cuánta plata, y que no salía hasta las 11 de la noche. Salimos de la terminal para conocer un poco el fantasmal pueblo, nadie nos sabía decir dónde quedaba el centro, salimos para un lado pero nos dimos cuenta de que le estabamos errando feo, después volvimos a la terminal y nos metimos en el “Shop”, el lugar más bizarro y siniestro que hemos visto en el viaje. Un shoping abandonado que parece salido de una película de David Lynch. La verdad que era por demás de tenebroso caminar allí dentro, entre negocios espectrales que vendían cosas que hace 20 años dejaron de existir, y un local vacío al lado del otro.
Nos fuimos medio asustados del lugar, y preguntando, y preguntando, y preguntando, y no obteniendo nunca una respuesta clara, llegamos hasta la peatonal, el famoso centro que nadie nos sabía o quería, explicar dónde quedaba. Allí cambiaba mucho el aspecto de la ciudad, y Arica se convirtió de golpe en una urbe moderna y consumista, con locales de comida rápida, casas de electrodomesticos, y más maravillas del neoliberalismo. Quisimos entrar a comer unas salchipapas a uno de esos fast food, pero estuvimos como media hora parados y nadie nos atendió, no sé si nos tenían miedo o si se burlaban de nosotros, pero hacían de cuenta como que no existíamos.
Se nos hizo de noche deambulando por el lugar, al marcharnos empezamos a preguntar por algún supermercado y otra vez la misma historia, nadie nos entedía o no nos querían entender. Seguimos el rastro de algunas viejas caminando con bolsas llenas de mercadería y llegamos a un bolichito en el que no encontramos lo unico que fuimos a buscar, fiambre. Compramos por no se cuanta plata una botella de agua, teníamos agua y pan para un viaje que nos dijeron que iba a durar 32 horas.
Finalmente y aunque parezca mentira, después de pasar por varios negocios y sólo conseguir agua barata en uno, entramos a una panaderia y vimos que allí sí vendía fiambre; inentendible. La fiambrera dejaba mucho que desear y en vez de darnos 100 gramos de cada cosa nos había dado 100 pesos, una misería, tuvo que hacer todo de nuevo pero no nos importo, porque al menos ibamos a viajar con algo en el estómago.
Nos hicimos los sandwiches mientras esperabamos el micro, despúes de una visita obligada y bastante cara al baño, nos embarcamos en esta mole con ruedas en la que vamos a pasar una noche larga y un domingo mucho más largo aún. Parece mentira pero no veo la hora de estar en mi casa.
Al final de este viaje
20/02/09
22:44
En viaje de Lima a Tacna (Perú)
Nos levantamos sin resaca a eso de las 10 de la mañana y nos fuimos hasta una de esas agencías de turismo donde venden pasajes de micro a conseguir sí o sí, un boleto que nos sacara de Lima. Tuvimos suerte esta vez y una limeña cuarentona que parecía estar profundamente enamorada de Alvarito y odiarme a mí con toda su alma, nos vendió dos pasajes hasta Tacna. Almorzamos contrareloj por última vez en Norkis, y después nos tomamos un taxi que nos llevó hasta la terminal de la empresa Cruz del sur.
Llegamos con lo justo a tomar el colectivo, el mejor en el que he viajado hasta ahora en toda mi vida. Cada asiento es como una cama de dos plazas, hay como 9 plasmas para ver una película detrás de la otra, y una azafata no muy linda por cierto, a disposición para cualquier inconveniente. El viaje es tan cómodo, que desearía que no terminara nunca, o que éste Cruz del sur me dejara en la puerta de mi casa, o en el acceso a Casares, no voy a ser tan pretencioso.
El paisaje saliendo de Lima y en el resto del camino hasta que anocheció, era bastante desolador y triste, un desierto árido y bajo que no era más que polvo amontonado grano sobre grano hasta donde los ojos alcanzaban a ver.
La cena fue malisima, pero algo es algo, nos negamos a tomar la Inca kola y la azafata nos dio Coca, después de comer jugamos un bingo, el premio era un pasaje, por suerte no tuvimos suerte, hubiese sido irónico que la única vez en la vida que ganásemos algo, fuese una cosa que no pudiésemos disfrutar.
La verdad que no tengo la menor idea de lo que vamos a hacer cuando lleguemos a Tacna, ni de cómo vamos a entrar a Chile, ni de cómo vamos a volver a Argentina. Iremos resolviendo todo sobre la marcha como lo venimos haciendo desde que salimos. Debo reconocer con tristeza que el viaje ya terminó, ahora sólo queda resolver cómo volveremos a casa.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Están hablando del faso
20/02/09
5:45
Lima (Perú)
Que la capital de un país no tenga terminal de omnibus es una de las cosas más ilógicas y desagradables que le pueden pasar a un viajero. Eso complica mucho las cosas. Nos pasamos la mañana de agencia en agencia de turismo en el centro, tratando de conseguir dos pasajes en micro para Tacna, nuestro esfuerzo fue infructuoso, no conseguimos nada. En uno de los localuchos esos que hay frente a la plaza San Martin donde ofrecen pasajes, un pobre tipo ya nos había vendido 2 tickets, le dimos la plata y los documentos, hizo un par de llamadas, se fue y nos dejó solos en su oficina, escuchando rock nacional de Argentina por una radio peruana. ¡Qué placer oir una canción de Los Abuelos de la nada! Al rato el pobre tío regresó con la cara más triste que ví en la vida, diciendo que no había podido conseguir los pasajes. Yo no tengo corazón, pero en verdad daba lástima ver a este señor devolviendonos los soles.
Almorzamos en Norkis, un local de comidas rapidas de la peatonal, por 10 soles comimos carne, papa fritas, gaseosa, ensalada, y helado de postre. Una belleza los precios de la gastronomía peruana. Volvimos al hotel a rentar de nuevo nuestra habitación, habían cambiado las sábanas y limpiado todo el cuarto, al menos una buena, agarramos la ropa de playa y nos fuimos una vez más a Miraflores. El día en la playa fue igual que el anterior, casi ni nos metimos al agua hermosa del pacífico porque las piedras de la playa nos destrozaban los pies. A la tardecita, al regresar, pasamos por el mismo supermercado del día anterior a comprar fiambre y pan para hacer una picadita antes de salir.
Esta vez no nos intoxicamos como la noche anterior con la comida, y después de comer ni se nos ocurrió tirarnos en la cama, nos cambíamos, nos fuimos a tomar un bondi para ir a Miraflores, y después de un buen viaje, nos bajamos en medio de la famosa noche limeña.
A mí, a diferencia de Alvarito, no me gusta mucho la joda que puede ofrecer una ciudad de noche, pero igualmente estoy en condiciones de decir que la noche de Lima no vale nada. Ibamos caminando, pispeando todo lo que había para ver, pasando de largo un local más careta que el otro, cuando de repente, escuchamos a un pseudo Pablo Milanes cantando en un bar, acompañado con un cajón peruano, un guitarrista y un bajista. Era el pub más cheto que habíamos visto hasta el momento, pero la fuerza del bolero que el pseudo Pablito cantaba nos obligó a entrar.
Era una gran canción, nos trajeron la carta, los precios eran inaccesibles para nuestros bolsillos, pedimos lo más barato, 2 chops de Cristal por 9 soles cada uno, casi el almuerzo de la mañana. El bolero terminó y los músicos dejaron el escenario y se fueron a comer afuera. La desgracia que siempre me persigue. Encima después esperanzados quién sabe por qué cosa, nos pedimos 2 chops más para contemplar el resto de un espectáculo que nunca continuó. El lugar era horrible, lleno de gatos y de viejos que se llevaban a los gatos en sus coches importados. No creo hablar desde la envidia.
De allí empezamos a elegir con más criterio el próximo sitio al que visitar, nos levantamos de un par de lugares donde los precios eran astronómicos, y al fin encontramos nuestro sitio. Una pizzería de mala muerte donde la jarra de litro y medio valía 12 0 15 soles. El clima bizarro de la pizzería me caía 10 puntos. Las caripelas más aterradoras de Lima, -incluidas las nuestras-, estaban sentadas tomando cerveza en jarra en el lugar, había una especie de narcotraficante rodeado de mujeres, y el gordo más gordo de Perú cantando 2 boleros por 5 soles.
Después de que nos cerraran el lugar fuimos a un par de boliches que no valían nada, encima no levantamos nada y seguimos tomando cerveza Cristal medio caliente. Alvarito que venía canchero de Cuzco, al salir conmigo se le cayó el autoestima. Es impresionante la cantidad de falopa que te ofrecen, es como en la peatonal de la ciudad, cada dos pasos algún chabón que te dice si querés faso, coca, ácido, y no sé cuàntas cosas más. Indigna el “Argentino. Brother. ¿Quiere fasito?”. Pasan los días y uno no se acostumbra.
Como a las 4 ya no quedaba ni el gato en la zona. Nosotros teníamos que esperar que se hicieran las 5, o la hora que fuese en que los micros empezaran a pasar por el lugar para regresarnos al centro. La oferta de putas cotizaba alto tambien, pero a nosotros nos ofrecian más droga que carne. No sé qué tendremos en la cara. Empezamos a dar vueltas por todo el lugar, encontramos abierto el supermercado de los sandwiches de la tarde, nunca fuimos más felices que al comprobar que el lugar no cerraba nunca. Pero cuando fuimos al sector del pan y del fiambre, estaba todo cerrado. No sé qué venderan a las 4 de la mañana. Nos fuimos hasta la playa, anduvimos por cualquier calle, pero cada cierta cantidad de cuadras siempre aparecía un policia, es un lugar muy seguro, cualquier lugar es más seguro que Argentina, pero al menos en Miraflores y en el centro, Lima es muy segura.
En el shopping al que ibamos a la tarde, había un boliche, y todos los chetos adolescentes de la ciudad, salían del boliche a esa hora. Los vimos un rato a falta de tener nada mejor que hacer. Después volvimos para la zona en la que habíamos salido para ver si empezaban a pasar los bondis. De a poco iban apareciendo pero ninguno nos llevaba a donde ibamos, Alvaro se durmio sentado en el cordón de la vereda y casi se desnucó contra el asfalto. Al rato cayó el micro, nos subimos, nos dormimos en el camino pero por suerte despertamos justo a tiempo para bajarnos. Camino al hotel nos corrió un perro. Espero que mañana consigamos pasajes para irnos de una vez por todas de Lima.
Todo el oro del Perú
18/02/09
23:30
Lima (Perú)
A la mañana empezamos nuestra recorrida por la ciudad, la primera parada estaba bien cerca, era la iglesia frente a nuestro hostal. El centro de Lima tiene bastante de eso, un sitio interesante al lado del otro. Pegamos una recorrida por la plaza de armas, por la plaza San Martin, deambulamos un rato por calles aledañas, no sé cómo hasta ahora nunca nos perdimos en estas ciudades grandes, debo reconocer que casi todo el merito de ello es de Alvarito, ya que yo me perdí en la isla del sol y en Machu Pichu, y casi me pierdo dando la vuelta alrededor de la isla del pescado en el salar de Uyuni.
De todos los museos que visitamos el que más conforme nos dejó fue el museo de un banco que tenía entre otras cosas, una impresionante colección de objetos de oro. Éstos estaban dentro de una bóveda con las puertas blindadas más grandes y gruesas que ví en la vida. Parece mentira que cuiden con tanto ahínco esos objetos de los robos, teniendo en cuenta que éstos fueron robados antes de los palacios, las fortalezas, y las ciudades incas. Lo que más me impresiono fueron las máscaras mortuarias que les ponían a los nobles una vez fallecidos, y unos muñequitos de oro del tamaño de las sorpresita de los Jack que me encantaría tener en mi casa, sobre la biblioteca, al lado de las colecciones Jacks de Los Simpson. El museo de la inquisición tambien estuvo bueno, me llamo bastante la atención que reconocieran alguna de las tantas injustucias que cometieron los españoles en ésta ciudad, la más importante del continente en la epoca colonial.
Al mediodía vimos el cambio de guardia en el palacio presidencial, un circo barbaro, demasiada fantasía para una fanfarría que sonaba como el culo. Comimos un pedazo de pizza en un fast food de los tantos que hay en el centro, y nos tomamos un bondi para ir a la playa. Nos bajamos en el barrio Miraflores, supuestamente el más cheto y moderno de Lima. Por lo que vimos eso es verdad, el lugar contrasta y mucho con el resto de la ciudad, sobre todo con la Lima que vimos el día que llegamos, antes de bajarnos del micro que nos trajo desde Cuzco. Caminamos unas cuantas cuadras hasta llegar a la playa. En realidad primero llegamos a un lugar desde donde podíamos contemplar el océano pacífico en todo su esplendor, para bajar hasta la playa dimos vueltas como media hora.
El mar estaba hermoso, este océano es mucho más limpio y tranquilo y menos salado que el atlántico, el problema en el lugar donde estabamos nosotros era que la playa en vez de arena era de piedra, y meterte al agua te destrozaba los pies, un poco por las piedras filosas como vidrio que había que pisar para meterse al agua, y sobre todo por piedras grandes como pelotas de rugby que las olas traían del mar y después devolvían al mismo, y siempre las hacían golpear contra los pobres tobillos de la gente que quiere refrescarse un poco. El lugar está lleno de surfers, cuando nos arrimabamos a la playa un quía nos ofreció barrenar un poco las olas, la sola idea de ver mi cuerpo de rugbier venido a vemos y el de Quijote desnutrido de Alvarito dentro de un traje de neoprene, me causó vergüenza ajena. Igualmente la pasamos bien tirados en la playa, viendo un poco de chicas, y matandonos de risa de un naboleti europeo que estaba tomando sol muy tranquilamente hasta que una ola lo cubrió y luego se dejó caer sobre el cuerpo del pobre tipo.
Después de la playa nos metimos en el shopping, allí había otro museo, nos dieron unas entradas para el mismo y nos metimos a contemplar un poco más del saqueo que sufrieron los incas. Estaba muy bueno tambien éste. Nos fuimos ya al atardecer del lugar y tratando de encontrar un bondi que nos llevara de vuelta hasta el centro, encontramos un supermercado, el primero desde que salimos de Argentina. Compramos pan y fiambre, un poco de tocino, rabito, panceta, y demás cosas grasosas y exquísitas. Tambien un pan decente, parecido al de Argentina.
Tardamos una eternidad en llegar al hotel, el tránsito de la hora pico acá en Lima es tan caótico como en todas las ciudades grandes del continente. Es esta ciudad los bondis sólo utilizan un par de avenidas para recorrerla de punta a punta, pero ese método es peor creo que el de Bs As o La Paz donde los colectivos andan por cualquier lado. En realidad a nosotros no nos molestaba que el colectivo tardara mucho porque la aventura de andar en semejante jungla urbana era divertida, y además podíamos conocer parte de la ciudad que nunca veríamos de otra forma, el problema para nosotros era que teníamos el fiambre en la mochila y nos moríamos de ganas de hacernos unos buenos sandwiches.
Me pegué un baño y después con una mesa que había en la pieza, mi navaja, la tapa del termo de Alvarito como vaso, y papel higienico haciendo las veces de servilleta, nos pusimos a degustar el manjar. Rabito, tocino, panceta, pate foie, queso, mayonesa, parecía la formación del equipo de los sueños del sabor, pero de las pesadillas para la salud. Cada sandwich fue una bomba, una granada que iba a parar directamente al estómago.
Confieso que no puedo moverme, que estoy tirado en la cama tratando de que el estómago me crezca una vez más y la comida que ingerí se me pueda acomodar. La dieta forzada, -no por ratas sino por sentido común-, que veníamos llevando, hoy se fue al carajo. Tenemos pensado salir, conocer la noche de Miraflores, pero yo no creo que eso ocurra, si nos dormimos ni las balas nos van a despertar. No sé si estaremos vivos mañana, pero si los sandwiches que comimos son los culpables de nuestro deseso, morimos por una causa justa.
domingo, 13 de septiembre de 2009
Lima Limón
17/02/09
23:16
Lima (Perú)
El calor ya era insoportable pero medio que ya nos habíamos curado de espanto, después de viajar por Bolivia y por Perú ya nada podía sorprendernos. Como a las dos de la tarde empezamos a ver una especie de Gran Bs As, casas y casas y más casas, calles, asfalto percutido, negocios que vendían cualquier cosa. El paisaje no cambió nunca mientras estuvimos adentro del colectivo. El Huamanga o Huamanda paró en una especie de localcito en el barrio más feo de toda la capital y la mitad de los pasajeros se bajaron ahí. Nosotros nos dijimos que no bajaríamos hasta que no quedara nadie dentro del micro, yo ya me imaginaba lo que finalmente pasó, que Lima no tiene terminal. Nada lindo vimos en ningún momento, era como si la capital de Perú fuese un Moreno gigante. Nos bajamos en un galpón, supuestamente esa era la terminal de la empresa. No habíamos salido de adentro del micro cuando nos empezaron a acosar los tacheros para llevarnos a algún lugar. Como pudimos y con los bolsos en la mano salimos caminando para escaparnos de éstos. Vi gente de a montones cruzando una calle como a cinco cuadras de donde estabamos, hasta allí nos dirijimos, nos encontramos con una plaza, buscamos en el mapa del centro de Lima que nos habían dado en Cuzco y con satisfacción vimos que ésta figuraba allí. Paramos un taxi y le pedimos que nos llevara al centro.
A un par de cuadras de la plaza principal había una cuadra llena de desarmaderos, uno al lado del otro. Después un quilombo terrible de tránsito, calles cortadas, parecía que toda la ciudad iba a ser espantosamente fea, pero el centro de Lima es hermoso. El taxi nos dejó frente a la plaza, le preguntamos a un milico dónde nos podían dar información turistica, nos mandó a una galeria en la otra cuadra. Había una oficina, y una minita medio opa que a duras penas nos dio algunos datos. Lo primero que hicimos fue buscar hospedaje, siguiendo las instrucciones de la minita no llegamos nunca a los 2 hosteles que nos había recomendado, por suerte un chabón que nos vio medio perdidos nos preguntó qué buscabamos y nos indicó dónde quedaba el hotel Europa. Conseguimos una pieza a dos cuadras de la plaza de armas de Lima por 28 soles, 14 per capita, una terrible ganga.
Me bañe, me cambié de zapatillas, por primera vez desde que salimos de Casares hize a un lado las Nike encintadas. La plaza de Lima a la tardecita es un lugar hermoso, la catedral, la casa de gobierno, esas edificaciones antiguas que el paso de los años sólo embellece. Nos metimos a caminar por unas peatonales, toda la gente de la ciudad parecia caminar por esas calles a esa hora. Llegamos a la plaza San Martin, que al parecer es el unico homenaje que el hombre que les dio la independencia tiene en la capital. Después de mucho indagar precios y lugares, nos sentamos en un restaurant a ver el partido de Boca por la copa. Cenamos por 8 soles, plato principal y entrada por 8 soles, en Argentina por esa plata comes un superpancho y la coca si tenes suerte. De plato principal pedimos cordero con pure de papas, de entrada Alvarito sopa, como siempre, yo pedi cebiche sin saber muy bien qué era.
Me trajeron un plato gigante con el choclo más grande que jamas había visto, medio zapallo calabaza, cebolla como para alimentar una familia tipo, y debajo de todo eso, como un kilo de pescado crudo cortado en trozos. Cada trozo que comía era como si me metiera una brasa en la boca, nunca en la vida comí algo tan picante y calculo que nunca más comere algo así, por suerte al toque me trajeron el cordero. Unos buenos pedazos con la misma salsa que tenía el que habíamos comido el sabado, en la excursión por el valle sagrado. Tomamos gaseosa, una deliciosa jarra de jugo de piña, papaya y platano, -no sé cómo haran para sacarle jugo a la banana-, y unas cervecitas mientras miramos el segundo tiempo. Ganamos 1 a 0 pero sin jugar a nada, no creo que tengamos un buen año.
Después salimos a caminar,para bajar la comida y ver un poco de la noche limeña, algo con lo que Alvaro viene soñando desde antes de salir de Argentina. Lo que vimos ahí en el centro no valía nada de nada. Pero la gente anda tranquila hasta altas horas, las familias pasean, los chicos juegan en la plaza, nos falta aprender muchisimo a los argentinos, es imposible imaginarse a un chico jugando en una plaza de la capital a ninguna hora del día.
Nos volvimos a el hotel, mañana vamos a arrancar temprano para recorrer los museos y demás sitios turísticos que hay en la capital. A la tarde vamos a ir a la playa, por primera vez en la vida me voy a meter al océano pacífico.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Ruta 666
16/02/09
21:51
En viaje de Cuzco a Lima (Perú)
Dejamos el hotel y nos fuimos a recorrer las calles de Cuzco por última vez. Anduvimos por el centro, yo cambié plata y llevé a pasar las fotos a un cd para tener lugar en la cámara. Nos encontramos con Gordon frente a la plaza de armas, en las escalinatas de una de las catedrales. Charlamos un rato y nos fuimos a sacar los pasajes para viajar a Lima.
Almorzamos en un barcito, encontramos muy buenos precios y nos hicimos la cabeza con todo lo que ibamos a comer, sin embargo las 2 empanadas que nos comimos cada uno supuestamente de entrada, tenían cada una el tamaño de media tarta y nos llenamos con eso. Encontramos una especie de mimercado para turistas e hicimos unas buenas compras, aunque endulsados por el consumismo compramos cosas innecesarias, como una botella de Electroligth, el Gatorade peruano.
Anduvimos un rato más a las vueltas hasta que se nos hizo la hora del viaje y volvimos al hotel para agarrar los bolsos y partir. Nos tomamos un taxi, un autito finito como una moto con sidecar en el que apenas entrabamos con los bolsos. El chofer tenía muy buena onda, se despacho contra los chilenos, a los que odiaba porque el gobierno les permitía instalar empresas y negocios en Perú sin pagar impuestos. Después le hablamos del Cienciano y nos lo compramos. Contó cuando vino Boca a jugar a Cuzco, que nos ganaron, -no lo recuerdo yo-, dijo que nunca vio a nadie correr como Riquelme, -sic-, y soltaba el volante para mostrar cómo el Pato Abondanzieri volaba de palo a palo. Tambien contó cuando le ganaron a las gallinas la final de la sudamericana. Nos llevó hasta la terminal, un viaje del carajo por dos soles cincuenta, un fenómemo.
La terminal de Cuzco en nada se parecía a lo que recordaba de la noche en que llegamos, es bastante grande y tiene un quilombo terrible de gente gritando, gente tirada en los pasillos y micros saliendo de todos lados. El micro nuestro se llamaba Huamanga, pero el boleto decía Huamanda, así que antes de subir ya teníamos una idea de a qué nos enfrentabamos. La gente empezó a llenar de bultos los maleteros, por lo que el viaje se pareció a los de Bolivia. Antes de que salieramos de la ciudad, una lluvia de globos de agua cayó sobre las ventanas del micro, uno pegó en un asiento, se reventó y me empapó, estuvo bueno porque hacía calor.
Tampoco habíamos salido de Cuzco cuando el ayudante de los choferes se recorrió el pasillo con bolsas de plastico en la mano, que repartió para que las personas vomitaran o hicieran alguna otra necesidad ahí dentro. Todos menos Alvaro y yo las tomaron, me aterró la idea de que alguien pudiese cagar o vomitar en las bolsas que en Argentina se usan para poner caramelos, pero ya los viajes en Bolivia nos demostraron que la gente de éstos países es capaz de cualquier cosa dentro de un colectivo.
Habíamos andado un rato apenas por las rutas descascaradas de Perú, cuando el colectivo pinchó una goma. Como entre 10 personas tuvieron que aflojar las tuercas, les llevó más de una hora a los choferes, el ayudante, y todo el que quisiera dar una mano, cambiar la rueda. Cuando nos bajamos, me sorprendió ver a las mujeres haciendo sus necesidades a la orilla del camino, acuclillarse al lado del micro, a la vista de todo el mundo, y mear o cagar cual si fueran animales. Se nos hizo de noche ahí, cambiando la goma en medio de la montaña, volvimos a entrar al micro y todos los pasajeros empezaron a sacar comida quién sabe de dónde, y se despacharon a destajo con arroz que tenían dentro de bolsas, pure de papas, y cosas raras que tenían un olor espantoso.
En un momento paró en alguno de esos pueblos perdidos en el medio de la nada donde todos se bajan del micro y vuelven con comida. Ahí había un perro afuera que empezó a ladrar y uno desde dentro del colectivo le respondió, tambien ví una caja con un pajaro que llevan los trogloditas del asiento de adelante, los mismos que llevan a otro perro dentro de una bolsa arpillera. El olor que hay en el micro es por demás de nauseabundo, han usado las bolsas para vomitar y de seguro para cagar, y no las tiraron por la ventanilla como les recomendó el que las repartió. Jajaja. Parece una pesadilla. No creo que con este olor, los muchachitos que lloran, las minas que gritan, y las demás cosas que pasan acá adentro, pueda pegar un ojo en toda la noche. Lo envidió a Alvarito que duerme y ronca como si estuviera en la mejor de las camas. Espero llegar a Lima cuanto antes.
domingo, 23 de agosto de 2009
Alturas de Machu Pichu
00:24
Cuzco (Perú)
A las cuatro de la mañana arrancó nuestro día, nos depertamos, nos despabilamos un poco, y subimos a desayunar, porque el comedor del hotelcito donde nos hospedabamos quedaba en una especie de terraza. Había llovido a cantaros toda la noche, me había dormido medio aterrado con la idea de que al despertar la lluvia y el viento no nos iba a dejar subir hasta Machu Pichu, pero por suerte para la hora en que nos levantamos no caía ni una gota de agua. Desayunamos té, y un pan que el pobre chabon del hotel, que se levantó a las cuatro para prepararnos el desayuno a nosotros y a los brasileros, tostó en el sartén y quedó bastante rico. A eso de las cinco salimos los cuatro caminando, sin tener la menor idea de hacía dónde ir. Por los datos que le pudimos sacar al chavalete del hotel, teníamos que seguir el río hasta llegar a un puente, cruzarlo y de allí empezar a subir la montaña. Siete kilometros cuesta arriba para por fin conocer una de las nuevas maravillas del mundo.
Salimos del pueblo, el río corría enfurecido al lado nuestro, el ruido de la corriente arrastrandose con una ferocidad temible y a la vez conmovedora, era ensordecedor. Nos encontramos con una pareja de chilenos que al parecer tenían un poco más claro que nosotros el camino a seguir, y nos acoplamos a su caminata, mucho más ligera que la nuestra. La oscuridad era total a esa hora, el ruido del río, más ensordecer que nunca en la madrugada, acallaba nuestros pasos y teníamos que hablar casi a los gritos a pesar de que los seis ibamos uno al lado del otro. Llegamos a una especie de loma, el camino se bifurcaba, todos miramos al chileno que parecía tenerla más clara que nosotros, éste dijo que debiamos subir, en eso yo me agacho a acomodarme la cinta que empezaba a despegarseme de las zapatillas, y vi en el piso, tapado por los yuyos, un cartelito que decía que para ir a Machu Pichu no teníamos que subir esa loma. Seguimos derecho y nos encontramos con el puente. Apoyados en las barandas de éste nos tomamos las primeras fotos del día, todavía era de noche y el amanecer se hacía rogar. Al cruzar el puente hay un cartel de bienvenida a Machu Pichu, empezaba lo más dificil y lo más lindo del camino.
Dejar el río atrás como que nos dio algo de tristeza, nos internamos en la montaña. El camino era angosto y estaba húmedo por la lluvia que había caído durante la noche, sin embargo, la abundante vegetación de la montaña había impedido que se hiciera barro. No habíamos andado mucho por las angostas calles de tierra cuando los primeros micros llenos de turistas empezaron a pasarnos a toda velocidad sin mermar la marcha y al parecer sin la menor gana de esquivar a algún mochilerito si se cruzaba. Por allá descubrimos que se podía cortar camino por unas escaleras que había en medio de la montaña, cada tanto lo hacíamos pero como la brasilera tenía menos estado físico que nosotros, y ningún tipo de orgullo para ocultar que estaba muerta, hacíamos la mayoria de las veces el mismo camino que los micros, que si bien era más largo, no era tan duro.
Poco a poco el día empezó a hacerse sitio en el cielo y nuestros ojos empezaron a contemplar la belleza extraordinaria del lugar. Las montañas verdes, llenas de vegetacion, de arboles, de ramas, de flores, de caídas de agua de deshielo. Las nubes más blancas que nunca hubiesemos visto flotando arriba y debajo nuestro como pedazos de algodón colgando del cielo. Empezamos a tomar fotografías y por allá a lo lejos, justo en lo más alto de la montaña, vimos por primera vez un poco de Machu Pichu. Los micros seguían pasando llenos de europeos, asiaticos y yanquis, nosotros empezamos a pasar a otros latinoamericanos que se negaban o no podían, pagar siete dolares para ser subidos por la montaña. Más allá del robo que era pagar un dólar por kilometro cuesta arriba, los que hacían eso se perdían del espectaculo maravilloso que nosotros disfrutabamos: ver el amanecer caminando por uno de los lugares más hermosos del mundo.
Mi miedo era que no llegaramos a agarrar alguno de los 400 tickets que repartían para subir al Huayna Pichu. Más que nada temía por los pobres chilenos, que de onda nos esperaban a nosotros cuando podían subir mucho más rapido. Finalmente llegamos a Machu Pichu. Afuera hay armado una especie de restaurant, y un par de puestos de vigilancia donde se fijan que nadie pase sin su correspondiente entrada, no sea cosa que alguien se quiera colar y no pague para ver la maravillosa ciudad inca. Nosotros no teníamos el ticket, el chabon del hotel nos había dado la plata para que lo compremos ahí, cuando se lo contamos a los chilenos éstos nos dijeron que los tickets sólo se vendían en la ciudad. El corazón me quedó chico en un pecho que se me juntó con la espalda, pero por suerte sí vendían entradas ahí. Ingresamos a la ciudad, eran las seis y pico de la mañana, estaba nublado, el sol trataba de abrirse paso en el cielo cubierto de manchas blancas, preguntamos dónde había que ir para sacar el ticket al Huayna. Empezamos a seguir unas flechas, cruzamos casi a los saltos la ciudad y por fin llegamos al lugar donde estaban repartiendo los tickets. Nos tocaba subir en la segunda tanda, la de las diez de la mañana, lo cual nos venía perfecto porque podíamos aprovechar al guía de las ocho.
Desde donde estabamos contemplabamos con nuestros propios ojos el lugar al que toda la vida habíamos querido ir, una de las nuevas maravillas del mundo, una ciudad incaica a la que los españoles nunca llegaron y por ende no destruyeron, una ciudad que fue descubierta en 1911 y que a pesar de haber sido saqueada por Bingham, su descubridor, -el unico tipo al que se homenajea en el lugar como si hubiese sido quien pusiera piedra sobre piedra en medio de las más bellas montañas que pudiesen existir-, todavia conserva casi de manera intacta, la belleza que de seguro tuvo quinientos años atrás. Creo que Machu Pichu es uno de los lugares más lindos del mundo por la perfecta amalgama que hay entre lo que creó la naturaleza y lo que hizo el hombre.
Cerca de donde estabamos, estaban las veintipico de llamas que se comen el pasto de Machu Pichu y medio como le dan un poco más de color al lugar, las llamitas bebés amamantandose son bastante tiernas. De golpe, cuando empezamos a recorrer el lugar y nos fuimos hasta uno de los confines para ver el precipicio y el río corriendo abajo, la niebla se apoderó absolutamente de todo y se hizo imposible ver más allá de nuestras propias narices. Volvimos para la entrada porque antes de las ocho debíamos estar ahí fuera para encontrarnos con el guía. El grupo era bastante heterogeneo, una guía en realidad iba a estar a cargo de instruirnos un poco sobre el lugar. En eso, mientras esperabamos que todos llegaran, apareció Tania, la chica de Costa Rica que habíamos conocido el día anterior, y la acompañe a ella y a una chilena hasta el lugar donde daban los tickets para subir al Huayna Pichu. Lo hice de onda, y un poco me amparaba en que ya una hora antes yo había ido hasta el lugar, pero no pude seguir las flechas y me re perdí e hice perder a las chicas. Igualmente las dejé en destino después de un rato, aunque no consiguieron el preciado papelito que te abrochaban a la entrada, porque ya habían entregado los 400 lugares para subir a la montaña.
Dejé a las chicas con el tipo que daba los tickets, y desde abajo, podía contemplar la bandera de nuestro grupo, que estaba justo en lo más alto del lugar. Después de perderme una vez más un par de veces, y de subir no se cuántos miles de escalones, llegué hasta arriba. La excursión acababa de comenzar, lo que la guía mostraba era la casa del guardian, que era la entrada a la ciudad, el lugar donde los visitantes tenían que anunciarse, y dejar alguna especie de pago si querían entrar. De ahí fuimos a la puerta de acceso a la ciudad, un rectangulo perfecto por el que se ingresaba a Machu Pichu. La guía mostraba el lugar, daba algunas explicaciones, respondía preguntas si uno le hacía, y después continuaba su marcha. Fue la primera persona tanto en Perú como en Bolivia, que hablaba con resquemor de los españoles, de los conquistadores españoles en realidad. Pero lo hacía con miedo y cuidado porque aclaraba que podía perder el trabajo si alguien se quejaba.
Quizas el sector más interesante de todo Machu Pichu sea el de los templos y el observatorio astronomico, donde esta la piedra o reloj de sol en donde golpean los solsticios e iluminan la ciudad para un lado o para el otro. Eso y muchisimas otras cosas del lugar, aún hoy los grandes sabios de la era nuclear no lo pueden explicar. A pesar de que se la suele llamar ciudad sagrada, yo no creo que lo haya sido, no tiene más cantidad de templos que otra ciudad inca, e inclusive no estuvo habitada por más de mil personas, lo que la hace especial es el entorno, el paisaje que la rodea, y sobre todo, que los españoles no la encontraron y por ende no la destruyeron. Hasta las once había tiempo para subir al Huayna Pichu, justo un rato antes termino la visita guiada y nos fuimos hasta el lugar. Había que hacer cola para entrar y dejar constancia en un acta de la hora a la que se entraba y el pais, y no sé qué más que servía para que después no se pudiera demandar a nadie si alguien se caía de la montaña o le reventaba el corazón intentandola subir. Es la primera cosa que hacían los que lucraban con el lugar que yo veía bien, eso era mejor que algún seguro aparte que te podían llegar a cobrar y quizás alguna vez cobren, no les quiero dar ideas. Tania se quedó esperando con sus amigas chilenas a ver si alguien desistía de subir y sobraba algún lugar, Alvarito, yo y los brasileros empezamos a escalar. Cuando uno se adentra en la montaña, se tiene la sensación de entrar a un juego de parque de diversiones, o algo así. El primer tramo es bastante facíl, pero por las caras que tenían los que bajaban, -sobre todo las rubias de europa a las que se les ponía morada la piel transparente-, nos dabamos cuenta de que no iba a ser nada agradable desde el punto de vista físico, subir al Huayna.
Una vez más quedabamos hipnotizados por lo que veíamos, el paisaje hermoso, las montañas enormes y bellas, la ciudad vista desde arriba, el rio que parecía una cicatriz invisible sobre el follaje verde que veíamos desde donde estabamos escalando. Tambien pudimos contemplar el camino, -que visto desde arriba parecia interminable-, por el que habíamos subido hasta Machu Pichu en la mañana, la serpiente histerica que iba de una punta a la otra de la montaña. El camino para escalar el Huayna era más que nada una interminable escalera de piedra, pero había partes en las que había que subir agarrado de unas especies de sogas de acero que había clavadas a la montaña. No era demasiado peligroso pero había que tener cuidado al subir. La brasilera como a la mañana, estaba muerta de cansancio, nosotros quizas tambien, pero encontrabamos fuerzas para seguir. Finalmente llegamos al final de camino, que era el comienzo de uno nuevo. Unas ruinas en lo más alto de la montaña. Una vez más los incas superandose a ellos mismos, haciendo construcciones donde parecía imposible llegar.
Al rato Tania y las chicas de Chile hicieron cima, con Alvarito y ella empezamos a subir por esas ruinas, porque la verdadera cima todavia estaba lejos, en estos lugares nunca se llega a lo más alto, la cima es el cielo. Empezamos a subir medio a los tumbos, agarrados a las piedras, en un momento dado me tuve que sacar la mochila para pasar por dentro de la montaña, por una es-pecie de cueva en la que apenas cabía medio agachado. De ahí salimos al otro lado de la montaña, dimos contra un precipicio, contra un abismo infinitamente verde. Bajé por una especie de pared de piedra inclinada hasta el borde de ese abismo, la gente miraba medio admirada mi hazaña, -ojala nadie se haya percatado de mis zapatillas encintadas porque me tomarían por enfermo-, pero abajo, en la piedra rectangular que era como un asiento de lujo desde donde contemplar el precipicio, había un japones pelado que parecia haber nacido en el lugar y haber pasado allí toda su vida.
Después de verme bajar a mí, el resto de la gente se dio cuenta de que cualquiera podía llegarse hasta el lugar, y empezaron a bajar de a montones. Con Alvaro y Tania nos sacamos unas fotos justo al borde del precipicio y éste casi se fue para abajo cuando se le movió una piedra. De ahí por un caminito finito donde apenas cabía un pie puesto de costado, nos fuimos hasta las construcciones del otro lado que quién sabe cómo hicieron los incas para emplazarlas allí. Empezó a llover, una lloviznita fina y molesta que hacía el descenso resbaladizo y peligroso. Llegamos hasta el comienzo de la cima del Huayna Pichu. Allí esperamos a las chilenas y los brasileros, pero sólo a estos últimos pudimos vislumbrar cuando la espera se nos estaba haciendo eterna. Con éstos inicíamos el retorno a la ciudad inca.
La vuelta fue más facíl que la ida, pero igualmente no todos los tramos son de descenso. Al llegar, en la misma hoja donde habíamos dejado sentada nuestra entrada al lugar, pusimos la firma para declarar que regresabamos con vida del mismo. De allí nos tiramos a descansar en el pasto comido prolijamente por las llamas. Yo sólo estuve un rato tirado ya que guiado por una fuerza de voluntad un tanto inexplicable, me fui a sacar fotos de la ciudad. Hice las mejores tomas de mi vida en ese rato, aprovechando que había salido el sol pude hacer mi tan deseada toma de la postal, el clasico de la ciudad con el Huayna Pichu de fondo. Volvi donde estaban los chicos, las chilenas ya habían regresado. Empece a buscar algún acompañante para subir al Machu Pichu, la otra montaña del lugar. Al principio nadie quería prenderse en la empresa, al rato convencí a Tania y a Alvaro, después se prendieron las chilenas, pero sólo Myriam subió con nosotros.
Junté en una botellita de medio litro todo el agua que nos había sobrado, apenas si llegué a llenarla, con eso nos ibamos a tener que arreglar cuatro personas. Para subir al Machu había que subir primero hasta la casa del guardían y desde allí salir de la ciudad y desviarse un poco. Ingresamos a la montaña, ésta era mucho más alta que el Huayna, pero según nos había dicho la guía, mucho más facíl de subir. A nosotros no nos pareció tan facíl, pero hay que reconocer que estabamos cansados, que no teníamos agua, y que la niebla no nos dejaba ver mucho más allá de nuestros ojos por lo que se nos hacía poco motivadora la escalada. Nos falto poco para hacer cima pero desistimos porque estabamos muertos. Cuando bajamos nos tomamos las últimas fotos en el lugar y emprendimos el regreso, las chicas en el micro de siete dolares y nosotros a pata.
La vuelta no fue tan agradable como la ida, pero más que nada porque eramos concientes de que dejabamos atrás el lugar más lindo del mundo, y otro poco porque el paisaje no parecía tan bello al hacerlo cuesta abajo y casi a oscuras. Por eso la noche que ya casi se había adueñado del cielo, y el cansancio terrible que llevabamos por estar caminando y escalando desde las cinco de la mañana, de seguro tenían gran parte de la culpa. Arribamos casi a las siete de la tarde a Aguas calientes, empezamos a preguntar dónde se tomaba el maldito tren más caro del mundo. Nos costó muchisimo encontrar la estación, pero llegamos unos minutos antes del horario estipulado para subir al Perú Rail. Sin embargo el tren más caro del mundo se atrasó más de una hora, y tuvimos que estar a la deriva en la terminal todo ese tiempo. Cuando la espera ya se hacía intolerable, uno de los capos de la empresa ofreció café gratis para el que quisiera, bastante poco por los cuarenta y pico de dolares que nos costo el pasaje de vuelta.
De los 180 dolares que pagamos para hacer la excursión de dos días, casi la mitad se iba en ese tren de mierda. Al rato llegó, era un solo vagón, un poco más cómodo que el de ida, pero nada de otro mundo. Nos dieron un sandwich de paleta barata y queso, que eso sí, estaba dentro de una hermosa caja de la compañía ferroviaría. Movido por la estupidez, agarré el vaso de Inca Kola, y casi me quedo sin dentadura y sin vida al probar la cosa más repugnante del mundo, que es la bebida que más se toma en Perú. Explicar el sabor de esta gaseosa es bastante dificil, es una mezcla de chicle de tuti fruti y jugo puro de banana con un chorro de alcohol etilico, o como el más repugnante de los Yummy, una cosa rarísima. Me quedé dormido sin que se me fuera el sabor ho-rrible de la boca, al rato una música fuertísima me despertó, cuando abrí los ojos había un enfermo de la cabeza con una máscara que le cubría la cara y el craneo, bailando como supuestamente alguna vez bailaron los incas. No sé si el patético espectáculo era parte de los 43 dolares o si lo hicieron para disculparse por la espera.
Eso no fue lo más insolito, al rato la azafata y el chabón que agarró los pasajes en la puerta antes de que subiesemos, más un terrible gato que al parecer se comía el gran señor del ferrocarril que había ordenado que sirvieran café en la terminal, hicieron un desfile de ropa autoctona por el vagón. Ver para creer. Al día no le había faltado nada. Había unos argentinos atrás nuestro que vitoreaban cada vez que pasaban las chicas por el pasillo, yo preferí piropear al cholo de sonrisa despareja que desfilaba cual top model con los puloveres de alpaca.
Llegamos a Ollantaytambo y nadie nos estaba esperando a nosotros para llevarnos de regreso a Cuzco. No sé si el que supuestamente nos tenía que llevar se cansó de esperar o si nunca fue a buscarnos. El hecho es que sólo tenía 20 soles en el bolsillo y nos alcanzó justo para dos pasajes en una combi llena de extranjeros. El viaje fue horrible, el chofer tenía una forma bastante violenta de conducir y cada vez que tomaba una curva en medio de la montaña, una morochita que podría haber sido francesa o yanqui y que iba al lado mío y me hablaba en ingles sin que yo le entendiera una palabra ya a esa hora del día, pegaba unas sacudidas de cabeza contra mi cuerpo primero y contra la ventanilla después, que parecía que iba a quedarse decapitada en cualquier momento.
Nos dejó en una de las plazas del centro de Cuzco, creo que la misma en la que habíamos tomado el colectivo con el que habíamos iniciado la excursión el sabado a la mañana. Todo terminaba donde había comenzado. Nos fuimos caminando hasta el hotel, nos cansamos de tocar timbre hasta que el chabón se digno a abrirnos la puerta. Nos entregó los bolsos y nos dio la misma habitación en la que habíamos estado. Prendí la tele para ver si veía los resultados de futbol de Argentina pero no tuve suerte, sé que acá en Perú no deben de pasar ni en mil años un partido de rugby. Me quize pegar un buen baño pero no salía agua de la ducha.
Cuando a finales del año pasado nos propusimos con Alvaro hacer este viaje,lo que dijimos fue: “Vamos a Machu Pichu”, el resto del viaje fue y va a ser, para completar el recorrido. La verdad que todo el sacrificio valió la pena porque nunca en la vida nos vamos a olvidar de lo que vimos y vivimos en estos dos días. El miedo que uno podía tener no de que Machu Pichu fuera feo, sino de que no fuera lo extraordinario que uno se lo imaginaba, quedó desterrado en el momento en que la primera claridad del día se asomó entre las montañas, dudo que haya en el mundo otro sitio como éste. Además conocimos gente extraordinaria como Tania, Myriam, o Gordon. No sé por qué en Argentina las chicas no son así.
Decidimos que no vamos a hacer el par de ruinas que completan el boleto turistico, mañana lo más temprano que podamos tenemos que salir para Lima, el punto final del recorrido.