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Cuzco (Perú)
A las cuatro de la mañana arrancó nuestro día, nos depertamos, nos despabilamos un poco, y subimos a desayunar, porque el comedor del hotelcito donde nos hospedabamos quedaba en una especie de terraza. Había llovido a cantaros toda la noche, me había dormido medio aterrado con la idea de que al despertar la lluvia y el viento no nos iba a dejar subir hasta Machu Pichu, pero por suerte para la hora en que nos levantamos no caía ni una gota de agua. Desayunamos té, y un pan que el pobre chabon del hotel, que se levantó a las cuatro para prepararnos el desayuno a nosotros y a los brasileros, tostó en el sartén y quedó bastante rico. A eso de las cinco salimos los cuatro caminando, sin tener la menor idea de hacía dónde ir. Por los datos que le pudimos sacar al chavalete del hotel, teníamos que seguir el río hasta llegar a un puente, cruzarlo y de allí empezar a subir la montaña. Siete kilometros cuesta arriba para por fin conocer una de las nuevas maravillas del mundo.
Salimos del pueblo, el río corría enfurecido al lado nuestro, el ruido de la corriente arrastrandose con una ferocidad temible y a la vez conmovedora, era ensordecedor. Nos encontramos con una pareja de chilenos que al parecer tenían un poco más claro que nosotros el camino a seguir, y nos acoplamos a su caminata, mucho más ligera que la nuestra. La oscuridad era total a esa hora, el ruido del río, más ensordecer que nunca en la madrugada, acallaba nuestros pasos y teníamos que hablar casi a los gritos a pesar de que los seis ibamos uno al lado del otro. Llegamos a una especie de loma, el camino se bifurcaba, todos miramos al chileno que parecía tenerla más clara que nosotros, éste dijo que debiamos subir, en eso yo me agacho a acomodarme la cinta que empezaba a despegarseme de las zapatillas, y vi en el piso, tapado por los yuyos, un cartelito que decía que para ir a Machu Pichu no teníamos que subir esa loma. Seguimos derecho y nos encontramos con el puente. Apoyados en las barandas de éste nos tomamos las primeras fotos del día, todavía era de noche y el amanecer se hacía rogar. Al cruzar el puente hay un cartel de bienvenida a Machu Pichu, empezaba lo más dificil y lo más lindo del camino.
Dejar el río atrás como que nos dio algo de tristeza, nos internamos en la montaña. El camino era angosto y estaba húmedo por la lluvia que había caído durante la noche, sin embargo, la abundante vegetación de la montaña había impedido que se hiciera barro. No habíamos andado mucho por las angostas calles de tierra cuando los primeros micros llenos de turistas empezaron a pasarnos a toda velocidad sin mermar la marcha y al parecer sin la menor gana de esquivar a algún mochilerito si se cruzaba. Por allá descubrimos que se podía cortar camino por unas escaleras que había en medio de la montaña, cada tanto lo hacíamos pero como la brasilera tenía menos estado físico que nosotros, y ningún tipo de orgullo para ocultar que estaba muerta, hacíamos la mayoria de las veces el mismo camino que los micros, que si bien era más largo, no era tan duro.
Poco a poco el día empezó a hacerse sitio en el cielo y nuestros ojos empezaron a contemplar la belleza extraordinaria del lugar. Las montañas verdes, llenas de vegetacion, de arboles, de ramas, de flores, de caídas de agua de deshielo. Las nubes más blancas que nunca hubiesemos visto flotando arriba y debajo nuestro como pedazos de algodón colgando del cielo. Empezamos a tomar fotografías y por allá a lo lejos, justo en lo más alto de la montaña, vimos por primera vez un poco de Machu Pichu. Los micros seguían pasando llenos de europeos, asiaticos y yanquis, nosotros empezamos a pasar a otros latinoamericanos que se negaban o no podían, pagar siete dolares para ser subidos por la montaña. Más allá del robo que era pagar un dólar por kilometro cuesta arriba, los que hacían eso se perdían del espectaculo maravilloso que nosotros disfrutabamos: ver el amanecer caminando por uno de los lugares más hermosos del mundo.
Mi miedo era que no llegaramos a agarrar alguno de los 400 tickets que repartían para subir al Huayna Pichu. Más que nada temía por los pobres chilenos, que de onda nos esperaban a nosotros cuando podían subir mucho más rapido. Finalmente llegamos a Machu Pichu. Afuera hay armado una especie de restaurant, y un par de puestos de vigilancia donde se fijan que nadie pase sin su correspondiente entrada, no sea cosa que alguien se quiera colar y no pague para ver la maravillosa ciudad inca. Nosotros no teníamos el ticket, el chabon del hotel nos había dado la plata para que lo compremos ahí, cuando se lo contamos a los chilenos éstos nos dijeron que los tickets sólo se vendían en la ciudad. El corazón me quedó chico en un pecho que se me juntó con la espalda, pero por suerte sí vendían entradas ahí. Ingresamos a la ciudad, eran las seis y pico de la mañana, estaba nublado, el sol trataba de abrirse paso en el cielo cubierto de manchas blancas, preguntamos dónde había que ir para sacar el ticket al Huayna. Empezamos a seguir unas flechas, cruzamos casi a los saltos la ciudad y por fin llegamos al lugar donde estaban repartiendo los tickets. Nos tocaba subir en la segunda tanda, la de las diez de la mañana, lo cual nos venía perfecto porque podíamos aprovechar al guía de las ocho.
Desde donde estabamos contemplabamos con nuestros propios ojos el lugar al que toda la vida habíamos querido ir, una de las nuevas maravillas del mundo, una ciudad incaica a la que los españoles nunca llegaron y por ende no destruyeron, una ciudad que fue descubierta en 1911 y que a pesar de haber sido saqueada por Bingham, su descubridor, -el unico tipo al que se homenajea en el lugar como si hubiese sido quien pusiera piedra sobre piedra en medio de las más bellas montañas que pudiesen existir-, todavia conserva casi de manera intacta, la belleza que de seguro tuvo quinientos años atrás. Creo que Machu Pichu es uno de los lugares más lindos del mundo por la perfecta amalgama que hay entre lo que creó la naturaleza y lo que hizo el hombre.
Cerca de donde estabamos, estaban las veintipico de llamas que se comen el pasto de Machu Pichu y medio como le dan un poco más de color al lugar, las llamitas bebés amamantandose son bastante tiernas. De golpe, cuando empezamos a recorrer el lugar y nos fuimos hasta uno de los confines para ver el precipicio y el río corriendo abajo, la niebla se apoderó absolutamente de todo y se hizo imposible ver más allá de nuestras propias narices. Volvimos para la entrada porque antes de las ocho debíamos estar ahí fuera para encontrarnos con el guía. El grupo era bastante heterogeneo, una guía en realidad iba a estar a cargo de instruirnos un poco sobre el lugar. En eso, mientras esperabamos que todos llegaran, apareció Tania, la chica de Costa Rica que habíamos conocido el día anterior, y la acompañe a ella y a una chilena hasta el lugar donde daban los tickets para subir al Huayna Pichu. Lo hice de onda, y un poco me amparaba en que ya una hora antes yo había ido hasta el lugar, pero no pude seguir las flechas y me re perdí e hice perder a las chicas. Igualmente las dejé en destino después de un rato, aunque no consiguieron el preciado papelito que te abrochaban a la entrada, porque ya habían entregado los 400 lugares para subir a la montaña.
Dejé a las chicas con el tipo que daba los tickets, y desde abajo, podía contemplar la bandera de nuestro grupo, que estaba justo en lo más alto del lugar. Después de perderme una vez más un par de veces, y de subir no se cuántos miles de escalones, llegué hasta arriba. La excursión acababa de comenzar, lo que la guía mostraba era la casa del guardian, que era la entrada a la ciudad, el lugar donde los visitantes tenían que anunciarse, y dejar alguna especie de pago si querían entrar. De ahí fuimos a la puerta de acceso a la ciudad, un rectangulo perfecto por el que se ingresaba a Machu Pichu. La guía mostraba el lugar, daba algunas explicaciones, respondía preguntas si uno le hacía, y después continuaba su marcha. Fue la primera persona tanto en Perú como en Bolivia, que hablaba con resquemor de los españoles, de los conquistadores españoles en realidad. Pero lo hacía con miedo y cuidado porque aclaraba que podía perder el trabajo si alguien se quejaba.
Quizas el sector más interesante de todo Machu Pichu sea el de los templos y el observatorio astronomico, donde esta la piedra o reloj de sol en donde golpean los solsticios e iluminan la ciudad para un lado o para el otro. Eso y muchisimas otras cosas del lugar, aún hoy los grandes sabios de la era nuclear no lo pueden explicar. A pesar de que se la suele llamar ciudad sagrada, yo no creo que lo haya sido, no tiene más cantidad de templos que otra ciudad inca, e inclusive no estuvo habitada por más de mil personas, lo que la hace especial es el entorno, el paisaje que la rodea, y sobre todo, que los españoles no la encontraron y por ende no la destruyeron. Hasta las once había tiempo para subir al Huayna Pichu, justo un rato antes termino la visita guiada y nos fuimos hasta el lugar. Había que hacer cola para entrar y dejar constancia en un acta de la hora a la que se entraba y el pais, y no sé qué más que servía para que después no se pudiera demandar a nadie si alguien se caía de la montaña o le reventaba el corazón intentandola subir. Es la primera cosa que hacían los que lucraban con el lugar que yo veía bien, eso era mejor que algún seguro aparte que te podían llegar a cobrar y quizás alguna vez cobren, no les quiero dar ideas. Tania se quedó esperando con sus amigas chilenas a ver si alguien desistía de subir y sobraba algún lugar, Alvarito, yo y los brasileros empezamos a escalar. Cuando uno se adentra en la montaña, se tiene la sensación de entrar a un juego de parque de diversiones, o algo así. El primer tramo es bastante facíl, pero por las caras que tenían los que bajaban, -sobre todo las rubias de europa a las que se les ponía morada la piel transparente-, nos dabamos cuenta de que no iba a ser nada agradable desde el punto de vista físico, subir al Huayna.
Una vez más quedabamos hipnotizados por lo que veíamos, el paisaje hermoso, las montañas enormes y bellas, la ciudad vista desde arriba, el rio que parecía una cicatriz invisible sobre el follaje verde que veíamos desde donde estabamos escalando. Tambien pudimos contemplar el camino, -que visto desde arriba parecia interminable-, por el que habíamos subido hasta Machu Pichu en la mañana, la serpiente histerica que iba de una punta a la otra de la montaña. El camino para escalar el Huayna era más que nada una interminable escalera de piedra, pero había partes en las que había que subir agarrado de unas especies de sogas de acero que había clavadas a la montaña. No era demasiado peligroso pero había que tener cuidado al subir. La brasilera como a la mañana, estaba muerta de cansancio, nosotros quizas tambien, pero encontrabamos fuerzas para seguir. Finalmente llegamos al final de camino, que era el comienzo de uno nuevo. Unas ruinas en lo más alto de la montaña. Una vez más los incas superandose a ellos mismos, haciendo construcciones donde parecía imposible llegar.
Al rato Tania y las chicas de Chile hicieron cima, con Alvarito y ella empezamos a subir por esas ruinas, porque la verdadera cima todavia estaba lejos, en estos lugares nunca se llega a lo más alto, la cima es el cielo. Empezamos a subir medio a los tumbos, agarrados a las piedras, en un momento dado me tuve que sacar la mochila para pasar por dentro de la montaña, por una es-pecie de cueva en la que apenas cabía medio agachado. De ahí salimos al otro lado de la montaña, dimos contra un precipicio, contra un abismo infinitamente verde. Bajé por una especie de pared de piedra inclinada hasta el borde de ese abismo, la gente miraba medio admirada mi hazaña, -ojala nadie se haya percatado de mis zapatillas encintadas porque me tomarían por enfermo-, pero abajo, en la piedra rectangular que era como un asiento de lujo desde donde contemplar el precipicio, había un japones pelado que parecia haber nacido en el lugar y haber pasado allí toda su vida.
Después de verme bajar a mí, el resto de la gente se dio cuenta de que cualquiera podía llegarse hasta el lugar, y empezaron a bajar de a montones. Con Alvaro y Tania nos sacamos unas fotos justo al borde del precipicio y éste casi se fue para abajo cuando se le movió una piedra. De ahí por un caminito finito donde apenas cabía un pie puesto de costado, nos fuimos hasta las construcciones del otro lado que quién sabe cómo hicieron los incas para emplazarlas allí. Empezó a llover, una lloviznita fina y molesta que hacía el descenso resbaladizo y peligroso. Llegamos hasta el comienzo de la cima del Huayna Pichu. Allí esperamos a las chilenas y los brasileros, pero sólo a estos últimos pudimos vislumbrar cuando la espera se nos estaba haciendo eterna. Con éstos inicíamos el retorno a la ciudad inca.
La vuelta fue más facíl que la ida, pero igualmente no todos los tramos son de descenso. Al llegar, en la misma hoja donde habíamos dejado sentada nuestra entrada al lugar, pusimos la firma para declarar que regresabamos con vida del mismo. De allí nos tiramos a descansar en el pasto comido prolijamente por las llamas. Yo sólo estuve un rato tirado ya que guiado por una fuerza de voluntad un tanto inexplicable, me fui a sacar fotos de la ciudad. Hice las mejores tomas de mi vida en ese rato, aprovechando que había salido el sol pude hacer mi tan deseada toma de la postal, el clasico de la ciudad con el Huayna Pichu de fondo. Volvi donde estaban los chicos, las chilenas ya habían regresado. Empece a buscar algún acompañante para subir al Machu Pichu, la otra montaña del lugar. Al principio nadie quería prenderse en la empresa, al rato convencí a Tania y a Alvaro, después se prendieron las chilenas, pero sólo Myriam subió con nosotros.
Junté en una botellita de medio litro todo el agua que nos había sobrado, apenas si llegué a llenarla, con eso nos ibamos a tener que arreglar cuatro personas. Para subir al Machu había que subir primero hasta la casa del guardían y desde allí salir de la ciudad y desviarse un poco. Ingresamos a la montaña, ésta era mucho más alta que el Huayna, pero según nos había dicho la guía, mucho más facíl de subir. A nosotros no nos pareció tan facíl, pero hay que reconocer que estabamos cansados, que no teníamos agua, y que la niebla no nos dejaba ver mucho más allá de nuestros ojos por lo que se nos hacía poco motivadora la escalada. Nos falto poco para hacer cima pero desistimos porque estabamos muertos. Cuando bajamos nos tomamos las últimas fotos en el lugar y emprendimos el regreso, las chicas en el micro de siete dolares y nosotros a pata.
La vuelta no fue tan agradable como la ida, pero más que nada porque eramos concientes de que dejabamos atrás el lugar más lindo del mundo, y otro poco porque el paisaje no parecía tan bello al hacerlo cuesta abajo y casi a oscuras. Por eso la noche que ya casi se había adueñado del cielo, y el cansancio terrible que llevabamos por estar caminando y escalando desde las cinco de la mañana, de seguro tenían gran parte de la culpa. Arribamos casi a las siete de la tarde a Aguas calientes, empezamos a preguntar dónde se tomaba el maldito tren más caro del mundo. Nos costó muchisimo encontrar la estación, pero llegamos unos minutos antes del horario estipulado para subir al Perú Rail. Sin embargo el tren más caro del mundo se atrasó más de una hora, y tuvimos que estar a la deriva en la terminal todo ese tiempo. Cuando la espera ya se hacía intolerable, uno de los capos de la empresa ofreció café gratis para el que quisiera, bastante poco por los cuarenta y pico de dolares que nos costo el pasaje de vuelta.
De los 180 dolares que pagamos para hacer la excursión de dos días, casi la mitad se iba en ese tren de mierda. Al rato llegó, era un solo vagón, un poco más cómodo que el de ida, pero nada de otro mundo. Nos dieron un sandwich de paleta barata y queso, que eso sí, estaba dentro de una hermosa caja de la compañía ferroviaría. Movido por la estupidez, agarré el vaso de Inca Kola, y casi me quedo sin dentadura y sin vida al probar la cosa más repugnante del mundo, que es la bebida que más se toma en Perú. Explicar el sabor de esta gaseosa es bastante dificil, es una mezcla de chicle de tuti fruti y jugo puro de banana con un chorro de alcohol etilico, o como el más repugnante de los Yummy, una cosa rarísima. Me quedé dormido sin que se me fuera el sabor ho-rrible de la boca, al rato una música fuertísima me despertó, cuando abrí los ojos había un enfermo de la cabeza con una máscara que le cubría la cara y el craneo, bailando como supuestamente alguna vez bailaron los incas. No sé si el patético espectáculo era parte de los 43 dolares o si lo hicieron para disculparse por la espera.
Eso no fue lo más insolito, al rato la azafata y el chabón que agarró los pasajes en la puerta antes de que subiesemos, más un terrible gato que al parecer se comía el gran señor del ferrocarril que había ordenado que sirvieran café en la terminal, hicieron un desfile de ropa autoctona por el vagón. Ver para creer. Al día no le había faltado nada. Había unos argentinos atrás nuestro que vitoreaban cada vez que pasaban las chicas por el pasillo, yo preferí piropear al cholo de sonrisa despareja que desfilaba cual top model con los puloveres de alpaca.
Llegamos a Ollantaytambo y nadie nos estaba esperando a nosotros para llevarnos de regreso a Cuzco. No sé si el que supuestamente nos tenía que llevar se cansó de esperar o si nunca fue a buscarnos. El hecho es que sólo tenía 20 soles en el bolsillo y nos alcanzó justo para dos pasajes en una combi llena de extranjeros. El viaje fue horrible, el chofer tenía una forma bastante violenta de conducir y cada vez que tomaba una curva en medio de la montaña, una morochita que podría haber sido francesa o yanqui y que iba al lado mío y me hablaba en ingles sin que yo le entendiera una palabra ya a esa hora del día, pegaba unas sacudidas de cabeza contra mi cuerpo primero y contra la ventanilla después, que parecía que iba a quedarse decapitada en cualquier momento.
Nos dejó en una de las plazas del centro de Cuzco, creo que la misma en la que habíamos tomado el colectivo con el que habíamos iniciado la excursión el sabado a la mañana. Todo terminaba donde había comenzado. Nos fuimos caminando hasta el hotel, nos cansamos de tocar timbre hasta que el chabón se digno a abrirnos la puerta. Nos entregó los bolsos y nos dio la misma habitación en la que habíamos estado. Prendí la tele para ver si veía los resultados de futbol de Argentina pero no tuve suerte, sé que acá en Perú no deben de pasar ni en mil años un partido de rugby. Me quize pegar un buen baño pero no salía agua de la ducha.
Cuando a finales del año pasado nos propusimos con Alvaro hacer este viaje,lo que dijimos fue: “Vamos a Machu Pichu”, el resto del viaje fue y va a ser, para completar el recorrido. La verdad que todo el sacrificio valió la pena porque nunca en la vida nos vamos a olvidar de lo que vimos y vivimos en estos dos días. El miedo que uno podía tener no de que Machu Pichu fuera feo, sino de que no fuera lo extraordinario que uno se lo imaginaba, quedó desterrado en el momento en que la primera claridad del día se asomó entre las montañas, dudo que haya en el mundo otro sitio como éste. Además conocimos gente extraordinaria como Tania, Myriam, o Gordon. No sé por qué en Argentina las chicas no son así.
Decidimos que no vamos a hacer el par de ruinas que completan el boleto turistico, mañana lo más temprano que podamos tenemos que salir para Lima, el punto final del recorrido.