09/02/2009
1:58
Potosí (Bolivia)
El salar de Uyuni es tan díficil de describir como lo es de entenderlo cuando se lo ve. Es imponente, inmensamente e incomprensiblemente bello. Son 12.000 km² de sal, un océano blanco. Es la ceguera total, la nada misma. Nos levantamos temprano, recorrimos un poco el pueblo. En una de las calles principales, cerca de la plaza y de un reloj horrible al que promocionan como algo turistico, se tiran las cholas en el suelo y venden de todo, desde frutas y verduras a ropa, utensillos de cocina y cds de música y cine. En un puestito para comer que había en la plaza agarramos con miedo una carta y encontramos precios razonables, Alvaro quiso desayunar, se pidió un desayuno horrible que supuestamente era lo que necesitaba para recuperar energías. El pan era cuadrado y chato, duro y sin gusto, no sabe si tomó café, te de coca, o qué cosa, pero él inmensamente feliz. Yo me pedí una hamburguesa con jamón y queso. Abrí el pan para sacar la cebolla que a pesar de mis ruegos le pusieron al sandwich, me costó encontrar la carne, en medio del jamón y del queso había una lámina más fina que una feta de fiambre. Supongo que eso habrá sido la hamburguesa, estaba frita y parecía más bien una hoja de cartón bañada en grasa. La comí a duras penas y a pesar de que la había sacado, a lo unico que tenía gusto la hamburguesa era a cebolla. La repetí todo el día y supongo que voy a seguir haciendolo durante el resto del viaje.
Creíamos que ibamos a hacer la excursión con unos alemanes y una polaca, y un frances, algo así habíamos visto en la planilla el día anterior. Por suerte de compañeros nos tocaron una pareja bastante mayor de bolivianos, una un poco más grande que nosotros de argentinos, y una chica coreana que vive en Chile, toda gente espectacular. Al principio nos había gustado la idea de hacerla con los europeos, pero después del día que tuvimos no hubiese estado tan bueno, sobre todo por el problema que habría sido comunicarnos con ellos con nuestro ingles rústico y mi frances casi nulo más alla del yemapel.
Las camionetas con las que se hacen las excursiones estan muy buenas, pienso que debe ser muy difícil meterse al salar en otra cosa que no sea alguno de estos vehículos 4X4. El chofer se presentó cuando nos subimos, antes de arrancar. Dijo su nombre, -no lo recuerdo, era uno de esos nombres raros y medio fantasiosos que parecen tener todos por acá-, dijo que iba a ser nuestro chofer, guía y cocinero, y no dijo casi nada más durante el resto del viaje. Para emparejar las cosas estaba el boliviano, un charlatan profesional que hablaba por lo que callaba el chofer y el resto de sus compatriotas que hemos conocido hasta ahora, que parece que ahorran las palabras o que les da vergüenza mostrar los dientes.
La primera visita del tour es al cementerio de trenes, un montón de chatarra ferroviaria amontonada en medio de la nada, al costado de unas vías por las que al parecer pasa el tren que sale de Villazón y creo que llega hasta Oruro o hasta La Paz. Unas cuantas locomotoras y vagones cubiertos de óxido que sólo meten en el programa para rellenar y hacer un poco de tiempo. Todas las excursiones salen casi al mismo instante desde Uyuni, así que en las fotos que tomamos se ven españoles, alemanes, franceses, y turistas de todos lados quizás disfrutando del lugar, o quizás preguntandose qué hacen allí. Supongo que para ellos debe ser mucho más exótico que para no-sotros todo lo que se ve. Después de allí nos dirijimos a Colchani, un pueblo donde se trabaja la sal que se extrae del salar. En el camino nuestro compañero de viaje boliviano, ante una simple pregunta que requería sólo un sí o un no como respuesta, despacho toda su verborragía en un discurso contra Evo Moralez y el presidente de Venezuela Chavez que a mí, y pienso que al chofer tambien, no nos gustó para nada.
Colchani es un pueblito casi de mentira, de utilería, queda fuera del salar pero ya se puede ver y se respira en el aire la inmensidad del mismo, que según se cuenta, sigue extendiendose, como si no le alcanzara con lo que tiene. Allí trabajan la sal que extraen del salar, no alcanzaría la historia del mundo para consumir todo lo que éste tiene para ofrecer, así que el trabajo no es tan imponente como se supondría. Hay camiones cargados con ladrillos de sal, y montones de sal amontonados como pequeñas montañas de nieve. Unos pocos artesanos venden porquerías hechas de sal, las paredes de las casas estan hechas con ladrillos de sal, hay un museo hecho de sal que tiene esculturas hechas de sal. Allí tuve la desgracia de ver el pecho de una boliviana que colgaba largo y chato como un higo podrido a punto de caerse de un arból, supongo que acabaría de amamantar a uno de sus hijos y por eso andaba así, medio con las tetas al aire. No sé cómo fui a verla justo, tuve mala suerte, no es nada agradable ver una mujer en esas circunstancias, pero al menos creo estar seguro de que las mujeres de Colchani, o al menos ésta que vi, no tienen los pechos de sal, ni de miel como la muchacha ojos de papel de Spinetta.
El vehiculo 4X4 empezó a avanzar por los últimos pedazos de un camino de tierra o polvo o arena o lo que sea, que deja de ser camino y se vuelve sal de un momento al otro. El primer vistazo al salar te deja mudo, y te deja ciego, de un instante para el otro todo se vuelve blanco, el suelo, el cielo, el horizonte. Para darse una idea de lo que son los 12.000 km² habría que ima-ginarse 300 km por 300 km, y aún así no alcanzaría, es tetricamente inmenso. Paramos en unas montañitas de sal, éstas las hacen los trabajadores para que la misma se seque o no sé qué cosa, y después poder llevarla a Colchani, el guía, recio a hablar, no nos pudo decir ni la profundidad, ni cómo, cuándo o porqué se formó el salar, ni ninguna otra cosa que no fuera lo de los 12.000 km.
Uno se saca fotos sentado, parado, acostado en el salar, del derecho, del revez, pero sabe que va a ser muy difícil que cuando la familia o los amigos las vean, puedan llegar a comprender al menos un poco de lo majestuoso e inmenso que es éste. Parece raro que algo que no es nada más que un infinito bloque blanco, pueda ser tan hermoso. La segunda parada fue en un hotel de sal que está en medio del salar y que tiene esculturas de sal adentro. Debe ser bastante impresionante poder pasar una noche allí, supongo que el frío de la medianoche en el lugar oscilará lo artico, pero ver el atardecer o el amanecer en el salar justificaría la hipotermia. Había allí una especie de podio o altar con un montón de banderas, allí nos sacamos foto con el pedazo de tela deshilachada celeste y blanca. Algun compatriota tendría que llevar una bandera nueva al lugar. Había allí un par de aventureros, creo que eran franceses, -al menos hablaban en frances-, que estaban recorriendo supongo que el mundo, en bicicleta, y que habían hecho escala en Uyuni. Calculo que sabran usar bastante bien la brújula o el GPS, o algo, porque como el desierto en el cuento de Borges, el salar puede ser el más cruel de los laberintos.
Después de eso nos subimos de nuevo a la camioneta y nos dirigimos a algo tan impre-sionante e inexplicable como el salar mismo: La isla del pescado. Una formacion rocosa con cactus y corales que vista de arriba tiene la apariencia de un pez. Ya es díficil de creer que a casi 4000 mts de altura exista algo como el salar, y más inexplicable aún es la presencia de la isla. No sé si algún geologo o sabio podra explicar cómo emergieron esas piedras de la sal, y después cómo salieron esos cactus de las piedras. Por 15 bolivianos la podes recorrer y usar los baños, en un momento vi un conejo medio fosforecente camuflandose entre la peculiar flora del lugar, que no es más que cactus, cactus, y más cactus. Pienso que nunca se llegara a saber qué hace un conejo en la isla, y cómo vive, de qué se alimenta. En lo alto de la misma, tratando de no pincharse o no caerse, uno contempla el mar eterno de sal, el océano inmenso que parece moverse y arrastrar olas invisibles hasta las costas de la isla del pescado. Como a las dos de la tarde el guía, cocinero, chofer, nos dijo que iba a estar lista la comida, regresamos al lugar por donde se entra a la isla y vimos más o menos treinta camionetas, todas iguales, una al lado de la otra.
Hay como una especie de mesas y bancos de piedra en donde se improvisan los almuerzos. En un disco que puso sobre un mechero conectado a una garrafa, el guía preparó el almuerzo. El menu consistía en chuletas de llama, pasta, ensalada, y banana de postre, para beber coca cola. Así nos lo habían vendido cuando compramos la excursión y así fue, los menues de todas las demás excursiones parecían ser iguales. Las chuletas estaban exquisitas a pesar de que para cuando bajamos y nos sentamos a comer se habían enfriado un poco, y a pesar de que sólo había una para cada uno y yo creo que elegí la más chica. Pese a eso, son lo más sabroso que comí desde que salimos de Casares. La pasta eran unos fideos de guiso tambien fríos y duros, no sé si tendrían sal, los comí como de comprimoso y para echarle algo a la panza porque acá en Bolivia no se sabe cuándo uno puede volver comer. La coca era una botella de dos litros para los seis, pero como estaba caliente, -más que caliente hirviendo-, alcanzó. La banana era muy sabrosa. El boliviano charlatan, de sobremesa, nos dio una clase de gastronomía no sólo sobre su país sino tambien sobre el nuestro y sobre algunos más. Con mi compañero nos alejamos un poco de la isla para sacar unas fotos a la distancia, después yo la recorrí solo porque él no me quiso acompañar. Casi me muero rodeando esa formación rocosa que parecía no acabar nunca.
La vuelta fue un tanto triste, el sol empezaba a esconderse y refrescó bastante en el lugar. En el camino cruzamos a los ciclistas que quiero creer que habrán llegado a la isla y habrán hecho noche allí. Nos faltaban un par de horas para tomar el micro a Potosí, la misma mujer a la que le compramos la excursión por el salar, nos vendió una excursión a la mina de Potosí y nos reservó el hotel en esta ciudad. Mientras esperamos en la calle que se hiciera la hora de la salida del micro, vimos cómo limpiaban el mismo antes del viaje, el chofer sacó dos bolsas de consorcio llenas de mugre de adentro de éste, todas las cosas que uno se puede imaginar están tiradas en el piso de un colectivo en Bolivia.
Salimos casi de noche, el bus no había hecho más de que un par de kilometros cuando empezó a escalar montañas. Aunque el viaje fue duro y complicado, y como siempre por caminos de tierra, se hizo más llevadero que el que nos depositó en Uyuni. Como era de noche no se podía contemplar el paisaje, dormí un poco pero cada tanto me despertaba. El colectivo para en pueblos perdidos en la montaña, cuando eso ocurre todos los bolivianos que como siempre viajan con bultos, bolsas de papa, garrafas y animales, se bajan y a pesar de que por las ventanillas se ve que en el lugar no hay nada, al rato vuelven con comida como para pasar una semana, que ellos tardan sólo un par de minutos en devorarse. En una de esas paradas nos chistó una inglesa y se pusó a hablar con nosotros, hablaba un español casi perfecto, mucho mejor que el de Alvarito que la espantó cuando le hizo una pregunta que ni ella, ni yo, y pienso que ni él mismo, pudimos entender. Ella iba a Sucre.
Por allá me desperté y vi que un chiquito destapaba unas Coca Colas de medio litro y las repartía. Cuando nos llegó el turno a nosotros lo mire como con desconfianza, pero me aclaró que estaban incluidas en el pasaje. Me pareció un gesto muy bueno, la tomé con miedo porque de seguro me iban a dar muchas ganas de orinar y demas está decir que los baños del colectivo son bolsas o algo en lo que los lugareños puedan hacer sus necesidades, si es que tienen la cortesía de no hacerlo en el piso del bus.
Llegamos como a la una de la mañana a Potosí, la ciudad es grande, muy grande parece, el taxista que nos trajo hasta el hotel no nos supo decir cuántos habitantes tiene. Nos bajamos en la calle, como siempre, medio atontados por el viaje y cansados empezamos a soportar el acoso de tipos que nos querían vender un viaje a Sucre, y de taxistas que nos querían llevar a algún hotel que nos vendían como el mejor del mundo. Uno medio que nos sacó los bolsos de las manos y nos metió de prepo en su auto. Teníamos la direccion del hotel, el auto empezó a escalar las calles de la ciudad. La mina está iluminada y domina imponente el paisaje de esta ciudad que según tenemos entendido, sin saber si es verdad o no, es una de las más altas del mundo. Las calles son oscuras y algo siniestras, el chofer tuvo que hacer un derrotero impresionante para llevarnos hacía un hotel que estaba en una calle inclinada y finita como las veredas de las calles principales de los pueblos allá en Argentina. El lugar estaba cerrado con una cortina metalica, el chofer golpeó o tocó timbre y después de cobrar y dejarnos los bolsos se fue. Al rato un flaco nos abrió y nos dijo que no teníamos reservación y no sé que más, hasta que medio de mala gana nos llevó hasta la habitación.
El cuarto está buenisimo, tiene tele, estamos viendo futbol de primera, sale agua helada así que hasta mañana no me voy a bañar. Me arden los brazos, bajo los hombros, creo que no me puse protector alli y que me quemé con el sol, lo sé porque las piernas, donde estoy seguro de no haberme puesto, tambien me arden. Como la excursión a la mina es a la tarde, a la mañana vamos a recorrer la ciudad. El plan despúes es viajar toda la noche hasta La Paz.
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Potosí (Bolivia)
El salar de Uyuni es tan díficil de describir como lo es de entenderlo cuando se lo ve. Es imponente, inmensamente e incomprensiblemente bello. Son 12.000 km² de sal, un océano blanco. Es la ceguera total, la nada misma. Nos levantamos temprano, recorrimos un poco el pueblo. En una de las calles principales, cerca de la plaza y de un reloj horrible al que promocionan como algo turistico, se tiran las cholas en el suelo y venden de todo, desde frutas y verduras a ropa, utensillos de cocina y cds de música y cine. En un puestito para comer que había en la plaza agarramos con miedo una carta y encontramos precios razonables, Alvaro quiso desayunar, se pidió un desayuno horrible que supuestamente era lo que necesitaba para recuperar energías. El pan era cuadrado y chato, duro y sin gusto, no sabe si tomó café, te de coca, o qué cosa, pero él inmensamente feliz. Yo me pedí una hamburguesa con jamón y queso. Abrí el pan para sacar la cebolla que a pesar de mis ruegos le pusieron al sandwich, me costó encontrar la carne, en medio del jamón y del queso había una lámina más fina que una feta de fiambre. Supongo que eso habrá sido la hamburguesa, estaba frita y parecía más bien una hoja de cartón bañada en grasa. La comí a duras penas y a pesar de que la había sacado, a lo unico que tenía gusto la hamburguesa era a cebolla. La repetí todo el día y supongo que voy a seguir haciendolo durante el resto del viaje.
Creíamos que ibamos a hacer la excursión con unos alemanes y una polaca, y un frances, algo así habíamos visto en la planilla el día anterior. Por suerte de compañeros nos tocaron una pareja bastante mayor de bolivianos, una un poco más grande que nosotros de argentinos, y una chica coreana que vive en Chile, toda gente espectacular. Al principio nos había gustado la idea de hacerla con los europeos, pero después del día que tuvimos no hubiese estado tan bueno, sobre todo por el problema que habría sido comunicarnos con ellos con nuestro ingles rústico y mi frances casi nulo más alla del yemapel.
Las camionetas con las que se hacen las excursiones estan muy buenas, pienso que debe ser muy difícil meterse al salar en otra cosa que no sea alguno de estos vehículos 4X4. El chofer se presentó cuando nos subimos, antes de arrancar. Dijo su nombre, -no lo recuerdo, era uno de esos nombres raros y medio fantasiosos que parecen tener todos por acá-, dijo que iba a ser nuestro chofer, guía y cocinero, y no dijo casi nada más durante el resto del viaje. Para emparejar las cosas estaba el boliviano, un charlatan profesional que hablaba por lo que callaba el chofer y el resto de sus compatriotas que hemos conocido hasta ahora, que parece que ahorran las palabras o que les da vergüenza mostrar los dientes.
La primera visita del tour es al cementerio de trenes, un montón de chatarra ferroviaria amontonada en medio de la nada, al costado de unas vías por las que al parecer pasa el tren que sale de Villazón y creo que llega hasta Oruro o hasta La Paz. Unas cuantas locomotoras y vagones cubiertos de óxido que sólo meten en el programa para rellenar y hacer un poco de tiempo. Todas las excursiones salen casi al mismo instante desde Uyuni, así que en las fotos que tomamos se ven españoles, alemanes, franceses, y turistas de todos lados quizás disfrutando del lugar, o quizás preguntandose qué hacen allí. Supongo que para ellos debe ser mucho más exótico que para no-sotros todo lo que se ve. Después de allí nos dirijimos a Colchani, un pueblo donde se trabaja la sal que se extrae del salar. En el camino nuestro compañero de viaje boliviano, ante una simple pregunta que requería sólo un sí o un no como respuesta, despacho toda su verborragía en un discurso contra Evo Moralez y el presidente de Venezuela Chavez que a mí, y pienso que al chofer tambien, no nos gustó para nada.
Colchani es un pueblito casi de mentira, de utilería, queda fuera del salar pero ya se puede ver y se respira en el aire la inmensidad del mismo, que según se cuenta, sigue extendiendose, como si no le alcanzara con lo que tiene. Allí trabajan la sal que extraen del salar, no alcanzaría la historia del mundo para consumir todo lo que éste tiene para ofrecer, así que el trabajo no es tan imponente como se supondría. Hay camiones cargados con ladrillos de sal, y montones de sal amontonados como pequeñas montañas de nieve. Unos pocos artesanos venden porquerías hechas de sal, las paredes de las casas estan hechas con ladrillos de sal, hay un museo hecho de sal que tiene esculturas hechas de sal. Allí tuve la desgracia de ver el pecho de una boliviana que colgaba largo y chato como un higo podrido a punto de caerse de un arból, supongo que acabaría de amamantar a uno de sus hijos y por eso andaba así, medio con las tetas al aire. No sé cómo fui a verla justo, tuve mala suerte, no es nada agradable ver una mujer en esas circunstancias, pero al menos creo estar seguro de que las mujeres de Colchani, o al menos ésta que vi, no tienen los pechos de sal, ni de miel como la muchacha ojos de papel de Spinetta.
El vehiculo 4X4 empezó a avanzar por los últimos pedazos de un camino de tierra o polvo o arena o lo que sea, que deja de ser camino y se vuelve sal de un momento al otro. El primer vistazo al salar te deja mudo, y te deja ciego, de un instante para el otro todo se vuelve blanco, el suelo, el cielo, el horizonte. Para darse una idea de lo que son los 12.000 km² habría que ima-ginarse 300 km por 300 km, y aún así no alcanzaría, es tetricamente inmenso. Paramos en unas montañitas de sal, éstas las hacen los trabajadores para que la misma se seque o no sé qué cosa, y después poder llevarla a Colchani, el guía, recio a hablar, no nos pudo decir ni la profundidad, ni cómo, cuándo o porqué se formó el salar, ni ninguna otra cosa que no fuera lo de los 12.000 km.
Uno se saca fotos sentado, parado, acostado en el salar, del derecho, del revez, pero sabe que va a ser muy difícil que cuando la familia o los amigos las vean, puedan llegar a comprender al menos un poco de lo majestuoso e inmenso que es éste. Parece raro que algo que no es nada más que un infinito bloque blanco, pueda ser tan hermoso. La segunda parada fue en un hotel de sal que está en medio del salar y que tiene esculturas de sal adentro. Debe ser bastante impresionante poder pasar una noche allí, supongo que el frío de la medianoche en el lugar oscilará lo artico, pero ver el atardecer o el amanecer en el salar justificaría la hipotermia. Había allí una especie de podio o altar con un montón de banderas, allí nos sacamos foto con el pedazo de tela deshilachada celeste y blanca. Algun compatriota tendría que llevar una bandera nueva al lugar. Había allí un par de aventureros, creo que eran franceses, -al menos hablaban en frances-, que estaban recorriendo supongo que el mundo, en bicicleta, y que habían hecho escala en Uyuni. Calculo que sabran usar bastante bien la brújula o el GPS, o algo, porque como el desierto en el cuento de Borges, el salar puede ser el más cruel de los laberintos.
Después de eso nos subimos de nuevo a la camioneta y nos dirigimos a algo tan impre-sionante e inexplicable como el salar mismo: La isla del pescado. Una formacion rocosa con cactus y corales que vista de arriba tiene la apariencia de un pez. Ya es díficil de creer que a casi 4000 mts de altura exista algo como el salar, y más inexplicable aún es la presencia de la isla. No sé si algún geologo o sabio podra explicar cómo emergieron esas piedras de la sal, y después cómo salieron esos cactus de las piedras. Por 15 bolivianos la podes recorrer y usar los baños, en un momento vi un conejo medio fosforecente camuflandose entre la peculiar flora del lugar, que no es más que cactus, cactus, y más cactus. Pienso que nunca se llegara a saber qué hace un conejo en la isla, y cómo vive, de qué se alimenta. En lo alto de la misma, tratando de no pincharse o no caerse, uno contempla el mar eterno de sal, el océano inmenso que parece moverse y arrastrar olas invisibles hasta las costas de la isla del pescado. Como a las dos de la tarde el guía, cocinero, chofer, nos dijo que iba a estar lista la comida, regresamos al lugar por donde se entra a la isla y vimos más o menos treinta camionetas, todas iguales, una al lado de la otra.
Hay como una especie de mesas y bancos de piedra en donde se improvisan los almuerzos. En un disco que puso sobre un mechero conectado a una garrafa, el guía preparó el almuerzo. El menu consistía en chuletas de llama, pasta, ensalada, y banana de postre, para beber coca cola. Así nos lo habían vendido cuando compramos la excursión y así fue, los menues de todas las demás excursiones parecían ser iguales. Las chuletas estaban exquisitas a pesar de que para cuando bajamos y nos sentamos a comer se habían enfriado un poco, y a pesar de que sólo había una para cada uno y yo creo que elegí la más chica. Pese a eso, son lo más sabroso que comí desde que salimos de Casares. La pasta eran unos fideos de guiso tambien fríos y duros, no sé si tendrían sal, los comí como de comprimoso y para echarle algo a la panza porque acá en Bolivia no se sabe cuándo uno puede volver comer. La coca era una botella de dos litros para los seis, pero como estaba caliente, -más que caliente hirviendo-, alcanzó. La banana era muy sabrosa. El boliviano charlatan, de sobremesa, nos dio una clase de gastronomía no sólo sobre su país sino tambien sobre el nuestro y sobre algunos más. Con mi compañero nos alejamos un poco de la isla para sacar unas fotos a la distancia, después yo la recorrí solo porque él no me quiso acompañar. Casi me muero rodeando esa formación rocosa que parecía no acabar nunca.
La vuelta fue un tanto triste, el sol empezaba a esconderse y refrescó bastante en el lugar. En el camino cruzamos a los ciclistas que quiero creer que habrán llegado a la isla y habrán hecho noche allí. Nos faltaban un par de horas para tomar el micro a Potosí, la misma mujer a la que le compramos la excursión por el salar, nos vendió una excursión a la mina de Potosí y nos reservó el hotel en esta ciudad. Mientras esperamos en la calle que se hiciera la hora de la salida del micro, vimos cómo limpiaban el mismo antes del viaje, el chofer sacó dos bolsas de consorcio llenas de mugre de adentro de éste, todas las cosas que uno se puede imaginar están tiradas en el piso de un colectivo en Bolivia.
Salimos casi de noche, el bus no había hecho más de que un par de kilometros cuando empezó a escalar montañas. Aunque el viaje fue duro y complicado, y como siempre por caminos de tierra, se hizo más llevadero que el que nos depositó en Uyuni. Como era de noche no se podía contemplar el paisaje, dormí un poco pero cada tanto me despertaba. El colectivo para en pueblos perdidos en la montaña, cuando eso ocurre todos los bolivianos que como siempre viajan con bultos, bolsas de papa, garrafas y animales, se bajan y a pesar de que por las ventanillas se ve que en el lugar no hay nada, al rato vuelven con comida como para pasar una semana, que ellos tardan sólo un par de minutos en devorarse. En una de esas paradas nos chistó una inglesa y se pusó a hablar con nosotros, hablaba un español casi perfecto, mucho mejor que el de Alvarito que la espantó cuando le hizo una pregunta que ni ella, ni yo, y pienso que ni él mismo, pudimos entender. Ella iba a Sucre.
Por allá me desperté y vi que un chiquito destapaba unas Coca Colas de medio litro y las repartía. Cuando nos llegó el turno a nosotros lo mire como con desconfianza, pero me aclaró que estaban incluidas en el pasaje. Me pareció un gesto muy bueno, la tomé con miedo porque de seguro me iban a dar muchas ganas de orinar y demas está decir que los baños del colectivo son bolsas o algo en lo que los lugareños puedan hacer sus necesidades, si es que tienen la cortesía de no hacerlo en el piso del bus.
Llegamos como a la una de la mañana a Potosí, la ciudad es grande, muy grande parece, el taxista que nos trajo hasta el hotel no nos supo decir cuántos habitantes tiene. Nos bajamos en la calle, como siempre, medio atontados por el viaje y cansados empezamos a soportar el acoso de tipos que nos querían vender un viaje a Sucre, y de taxistas que nos querían llevar a algún hotel que nos vendían como el mejor del mundo. Uno medio que nos sacó los bolsos de las manos y nos metió de prepo en su auto. Teníamos la direccion del hotel, el auto empezó a escalar las calles de la ciudad. La mina está iluminada y domina imponente el paisaje de esta ciudad que según tenemos entendido, sin saber si es verdad o no, es una de las más altas del mundo. Las calles son oscuras y algo siniestras, el chofer tuvo que hacer un derrotero impresionante para llevarnos hacía un hotel que estaba en una calle inclinada y finita como las veredas de las calles principales de los pueblos allá en Argentina. El lugar estaba cerrado con una cortina metalica, el chofer golpeó o tocó timbre y después de cobrar y dejarnos los bolsos se fue. Al rato un flaco nos abrió y nos dijo que no teníamos reservación y no sé que más, hasta que medio de mala gana nos llevó hasta la habitación.
El cuarto está buenisimo, tiene tele, estamos viendo futbol de primera, sale agua helada así que hasta mañana no me voy a bañar. Me arden los brazos, bajo los hombros, creo que no me puse protector alli y que me quemé con el sol, lo sé porque las piernas, donde estoy seguro de no haberme puesto, tambien me arden. Como la excursión a la mina es a la tarde, a la mañana vamos a recorrer la ciudad. El plan despúes es viajar toda la noche hasta La Paz.
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