09/02/2009
21:14
En viaje de Potosí a La Paz (Bolivia)
Nos levantamos temprano, como nos quedamos despiertos hasta tarde mirando futbol por television, no dormimos tantas horas como otras veces, igual el sueño fue bastante reparador, excepto por las quemaduras, calculo yo de cuarto o quinto grado, que tengo en los brazos, bajo los hombros. No puedo entender la estupidez que tuve al no pasarme protector en ese lugar. Hasta se ven los dedos justo hasta donde llegó la crema, marcados, como pintados en la piel que más que roja se veía morada. Alvaro se fue a desayunar al comedor del hotel, y yo me quise pegar un baño, pero una vez más fue una lucha hacerlo. Yo no sé si en este país la gente se baña poco y nada porque el agua de las duchas sale gélida en todos lados, o si el agua sale gélida porque no se bañan nunca. El hecho es que de a pedazos me fui sacando la sal del cuerpo, metiendo un poco de cada miembro bajo el chorro helado.
Desocupamos la habitación y con un mapita medio pobre de datos que nos había dado la mujer de Uyuni a la que le compramos la excursión a las minas, salimos a la calle para empezar a ver todo lo que la ciudad nos podía ofrecer. Lo primero que vimos al asomarnos a la calle fue un cielo totalmente gris, un cielo virgen y perfecto que parece nacer justo sobre Potosí, un cielo al que pegando unos saltos pareciera que se lo puede enganchar con los dedos. La cantidad de iglesias que figuraban en el mapita era impresionante, no pudimos encontrar una que nos vendían que estaba a la vuelta del hotel así que enfilamos para el centro, y sin querer, camino a la plaza principal, nos cruzabamos con una en cada cuadra. En casi todas estaban dando misa, la misa de las 9 supongo, debe ser muy difícil que un cura se muera de hambre en esta ciudad.
Cuesta entender o al menos hacerse la idea de que Potosi alguna vez fue la ciudad más rica del mundo. Según se cuenta, con la cantidad de plata que los españoles se robaron del lugar, se podría haber hecho un puente que uniera Europa y América. Con la cantidad de indios que mataron y murieron esclavizados dentro de la mina, se podría haber hecho un puente que uniera todos los continentes del mundo, y hubiese sobrado para unir tambien la tierra con la luna. La ciudad como que está detenida en el tiempo, quizás no en esos días oscuros de la conquista pero sí un poco más adelante en el tiempo, en pleno siglo XIX. La mayoria de las casas no están pintadas, y las que lo están sólo tienen una capa de cal sobre los ladrillos que aparentan ser de barro. Las iglesias se multiplican calle a calle y a medida que nos acercamos al centro, parecen ser más que los negocios o las casas. No se ven edificios de muchos pisos ni rascacielos en esta que es una de las ciudades más importantes del país. Las calles están cubiertas de empedrados y adoquines, casi no se ven autos particulares pero sí unos cuantos taxis.
Los nombres de las calles no siempre coincidían con los que figuraban en mapa, en algunos lugares las veredas son tan finitas como lo es el cordón de las veredas en el resto del mundo, tan finitas que a veces, -muchas veces-, desaparecen y uno se choca la pared de alguna casa y cuando quiere bajar a la acera se esfuerza para no ser atropellado. Igualmente llegamos hasta la plaza principal, que no quedaba tan lejos del hotel como pensabamos, y de allí cruzamos de vereda para comprobar con suma tristeza que La casa de la moneda, lugar que según los folletos es el mejor museo de Sudamerica, los lunes no está abierto al público por cuestiones de mantenimiento. La primera jugada traicionera de la mala suerte que me persigue desde la cuna. Fuimos a una oficina de turismo que como fachada es un hermoso edificio antiguo que se vuelve bastante moderno adentro. Nos dieron datos de museos e iglesias, salimos caminando sin saber muy bien hacía dónde ibamos, pero igualmente, al menos en el centro, en cada cuadra hay algo interesante para ver.
Vimos el monumento a Bolivar, otro a Sucre, unas cuantas plazas, unas cuantas iglesias, fuimos a la universidad y entramos en la misma, el edificio es mucho mejor que muchos de Argentina, pero quizás sea triste que sólo se enseñe geología, pareciera que la mina es lo único que le puede dar de comer a la gente del lugar. Encontramos una venta callejera de libros, la primera desde que salimos de Casares, le regale a Alvarito un “Pedro Páramo” que salio cuatro bolivianos creo, y medio como que lo obligue a que se compre “El otoño del patriarca”, por el que pagó una suma irrisoria tambien. No encontré nada que me sedujera en los anaqueles, había buenos libros pero yo ya les he leído. Después fuimos al mercado de Potosí, unas cuantas manzanas estancadas a la intemperie donde se puede comprar de todo, pero de todo, pero de todo. Desde camperas a mortadela, desde fernet Branca a cds truchos, desde electrodomesticos a hojas de coca. El mercado es un laberinto, una vez adentro es difícil no perderse y más difícil aún encontrar la salida. Hay carnicerías, verdulerías, zapaterías, absolutamente de todo. No hay heladeras ni ninguna medida higienica, los yogures se fermentan al rayo del sol, las moscas cubren los pedazos de carne que cuelgan y se secan bajo un cielo que a media mañana escupía una llovizna finita y mo-lesta. Eran las diez y media de la mañana, y acobachados en un rinconcito de un puesto que vendía carne, había mesas llenas de gente comiendo algo que parecia ser una mezcla de sopa y puchero, comían con la mano, no sé si usaran mucho los cubiertos en el lugar.
La llovizna se hizo más fuerte, se convirtio en lluvia y nos agarró cuesta arriba en la ciudad más alta del mundo. Da trabajo andar por las veredas porque éstas de golpe desaparecen, en algunas calles hay balcones que sobresalen de las construcciones, son como mangrullos de madera que ocupan la mitad de la calle; bajo éstos nos cubríamos de los chaparrones más fuertes. Fuimos a la agencia que a las tres nos tenía que pasar a buscar por el hotel para llevarnos a la mina. Su-puestamente no sabían nada al respecto, y no querían aceptar el comprobante que habíamos pagado en Uyuni, finalmente nos pusimos de acuerdo y nos vendieron unos pasajes para La Paz. Yo no creo que se quieran abusarse de uno, más bien como que desconfían bastante y quizás, pue-den ver si sacan algo de ventaja. Igualmente Bolivia es un país mucho más honesto que Argentina.
Potosí tiene una peatonal, pero lo que más abunda allí no son negocios de ropa o de elec-trodomesticos, ni locales de comida rapida o música, sino buffetes de abogados y notarios. Hay uno cada veinte metros, tal vez en algún rincón de la ciudad haya una universidad de derecho. Comimos unas hamburguesas con pan y queso horribles en un localcito de la peatonal, igualmente se podían comer, no eran como la de Uyuni, aprovechando que estaba muy barata la comida allí,me pedí un sandwich de pollo. La pechuga estaba hervida pero igual lo pude comer sin que me diera asco. La lluvia no dejaba de caer y por momentos se hacía bastante molesta.
De repente, camino al hotel, siempre cuesta arriba, empezó a venirse desde lo alto de las calles, al parecer proveniente de la montaña, un río turbio y pastoso que amenazaba con llevarse puesto todo lo que se le cruzara. Había dejado de llover pero el cielo seguía cubierto de nubes negras, negras como el humo de cubiertas quemadas. Yo quise hacer un rodeo para esquivar el agua que había en las calles pero Alvaro dijo que podiamos caminar tranquilos por la vereda. El hecho fue que las veredas se terminaron y empezó una peripecia bastante cruel y cómica, no sólo para nosotros sino tambien para los chicos que salían de las escuelas, y para todo aquel que tuvo la desgracia de andar por ese lugar a esa hora. Las veredas se iban volviendo cada vez más finitas y de golpe se extinguieron, con la extinción de éstas se ensancharon las calles y el agua, y la gente que se amontonaba detrás de uno esperando una supuesta solución que no existia. Para empeorar la situación pasaba un taxi tras otro por el lugar. Una bolivianita de no más de diez años tuvo la valentia de encarar el agua y después de eso no me quedó otra que seguir su ejemplo, al principio quería sacrificar sólo un pie, pero me fue imposible hacerlo y el agua me entró en demasia por ambas zapatillas agujereadas. Lo que más bronca me dio fue que Alvarito, el culpable de todo, se haya mojado menos que yo.
En el hotel había una chica que hacía las veces de recepcionista, mucama, cocinera, y todo lo que hiciera falta. Fue la persona mas encantadora que encontramos hasta ahora en este país. El hotel era enorme, no habiamos alcanzado a verlo en plenitud, tiene hasta una sala de conferencia. Es increible que lo que pagamos por pasar una noche en un lugar así, sea lo mismo que pagamos una cerveza en un boliche de Argentina un sábado a la noche. Me cambié de medias pero como las zapatillas estaban empapadas, seguía con los pies mojados. No pasaban a buscarnos, la chica llamó un par de veces y por allá cayeron en una camionetita tipo combi, -no mucho mas grande que un fiat 600-, el flaco que habíamos visto en la agencia de turismo a la mañana, y un chofer.
Llovía a cantaros, la camioneta empezó a subir por las calles empinadas, haciendo un esfuerzo increíble para no dejarse llevar por las leyes de gravedad. La primera parada que hicimos fue en el mercado del calvario, el unico lugar del mundo donde se puede comprar dinamita libremente. El guía se bajo de la camioneta y habló con la vieja de uno de los muchos puestos de venta que hay pegados entre sí y que parecen que no terminan nunca. Allí le teníamos que comprar unos obsequios a los amigos mineros, - así los llamó el guía durante toda la excursión-. Antes de que nosotros nos bajaramos, el flaco se metió en la camioneta para mostrarnos las cosas que se vendían en el mercado. Coca, alcohol de 96 grados que toman los mineros, y la dinamita, que venden desarmada, o sea la mecha por un lado, el detonador por otro, el TNT por otro. Probé la coca y se me deshizo en la boca, no sé cómo hacen los bolivianos para hacer esos bolos enormes que mastican todo el tiempo como si fuera un chicle gigante. Nos bajamos, la vieja que de seguro tiene algun arreglo con el guía, -que tambien tenía uno de esos nombres raros que usan los bolivianos y que no recuerdo-, ya tenía preparadas unas bolsitas con coca y una gaseosa para llevarles a los amigos mineros. Pagamos 10 bolivianos por cada bolsita. La segunda parada fue en una casa metida dentro de otra casa, allí nos vestimos como mineros. Nos pusimos botas de goma, y unos pantalones y camisetas como de lona, impermeables. Tambien nos dieron cascos y luces para el casco. Así, preparados para la aventura, subimos hasta la mina.
La mina es enorme, desde la ciudad se veía como un dios enfurecido que contemplaba todo desde el lugar más alto que podría llegar a tener el mundo, y de cerca se ve mucho más atemorizante y bella. El lugar por el que entramos a la misma era un hueco tan pequeño, que nos tuvimos que agachar para entrar. La oscuridad ahí dentro es total y apenas si se veía con las luces que teníamos en los cascos. Ya al entrar te corre por el cuerpo un escalofrio extraño, no sé si será el olor a dinamita y mineral que hay dentro, no sé si sera el peligro que significa caminar en penumbras entre cables con electricidad, vias llenas de agua, y un agujero al lado del otro, o si sera la culpa inconciente que uno puede llegar a sentir por estar haciendo turismo en un lugar en el que se perdieron tantas, pero tantas, pero tantas vidas de personas que no le habían hecho ningún mal a nadie.
El mal eran los españoles y su dios, el dios que usaban para atemorizar a los indios y para justificar sus matanzas, de la misma forma en la que se usa dios desde que el mundo es mundo. Dentro de la mina hay 14 dioses o tios, como lo llamaban los indígenas que no podían pronunciar la letra d por una cuestion fonética. Nosotros sólo vimos 2, a uno el guía le dio una ofrenda, los mineros se las dan constantemente, en rededor del ícono había cientos de botellitas de alcohol, kilos de hoja de coca secándose a la humedad extraña que hay dentro de la mina, cigarros, supon-go que de coca, extinguiendose en la boca de la estatua, nos sacamos un par de fotos con éste. Los tios son esculturas con cuerpo de hombre y cabeza de hombre mezclada con toro, -al menos tienen cuernos-, y un falo enorme que es supuestamente símbolo de virilidad. El guía comentaba que las mujeres no pueden entrar a la mina, que ésta está manejada por una cooperativa, que excepto oro, carbón y creo que cobre, todos los restantes metales del mundo se extraen o alguna vez se extrajeron del lugar, decía muchas cosas pero ni una palabra de sus antepasados muertos. Quizás la mejor forma de dar por sentado el dolor y la indignacion sea no hablando de eso, supon-go que para ellos sera doloroso y triste hacerlo.
La mina es enorme y pequeña a la vez, porque adentro hay que andar casi agachado, y subir y bajar por agujeros pequeños por los que hay que arrastrarse. Es muy fuerte ver a los mineros, ver las condiciones en las que trabajan, saber que como mucho van a vivir 40 o 50 años. La mayoría de los que vimos eran personas de treinta y largos, pero en uno de los huecos había un pibe laburando que no tendría más de 15 años, y contemplar su rostro lleno de tizne y tristeza fue un poco raro. Me pregunté qué podría llegar a pensar de un par de pibes que tenían sólo unos años más que él, y que vivían la aventura quizás algo morbosa de ver cómo su vida se consumía dentro del lugar. Todos los mineros hablaban quechua y en este idioma se comunicaban con el guía, algunos no hablaban español y a otros les costaba bastante entenderlo cuando les hablabamos, y más aún expresarlo en palabras después. Es increíble la orientación que hay que tener hay dentro, en la más cruel de las oscuridades que apenas era quebrada por las linternas que Alvaro y yo llevabamos en los cascos, y el guía en la mano. Supongo que éste habrá sido minero alguna vez porque la tenía demasiado clara, manejarse ahí dentro no es como pasear en un castillo. La mina es otro laberinto perfecto, aunque a éste la avaricía del hombre lo pudo dominar. Los españoles se robaron todo de una mina que tenía tanta riqueza que al principio la plata se extraía de la montaña misma, externamente, a cielo abierto. Se robaron todo y le dejaron la resaca a los descendientes de los verdaderos dueños del lugar.
Salir de la montaña fue extraño tambien, una vez fuera de la mina como que se necesitaba el aire totalmente impuro y sofocante de adentro. El mundo se volvía a extender enorme y terrible alrededor nuestro y la mina quedaba atrás. Nos sacamos la ropa en el mismo lugar donde nos la habíamos puesto unas horas antes supongo, nunca supe cuánto duró la visita a la mina, el tiempo como que se detuvo ahí dentro. Cuando me saqué las botas un litro de agua se cayó de cada una, era lo que me había entrado al caminar por los charcos interminables de la mina, otro par de medias arruinados y los pies más fríos que lo de los muertos.
Nos quedaba esperar que se hiciera la hora de partir, armamos una especie de merienda con mate y galletitas en la sala de estar del hotel, se nos sumaron unos pibes de Argentina, otras chicas compatriotas nuestras tambien, una francesa que vivía en España, y un loco que le decían el sueco irani, que hablaba en cualquier idioma menos alguno de este mundo, y que andaba de cortos y ojotas en un lugar donde la temperatura estaba cerca de ser unos cuantos grados bajo cero. Los chicos tambien se iban para La Paz, pero salieron una hora antes que nosotros y se llevaron al sueco, nos quedamos charlando con las chicas hasta que la recepcionista y mil cosas más del hotel, nos llamó un taxi y nos fuimos hasta la terminal.
No sé si el lugar donde tomamos el colectivo fue el mismo en el que nos bajamos la noche anterior. Salían micros todo el tiempo, compramos un agua mineral para el viaje y lo que viniera después, y cuando llegó el bus empezó la misma lucha de siempre por tratar de meter los bolsos en los valijeros. Como era imposible competir con la voracidad y la cantidad de equipaje con que viajan los bolivianos, desistimos y previo pago del imposible de eludir, derecho de terminal, nos metimos adentro con los bolsos y como pudimos, los encajamos en los compartimientos que hay sobre los asientos, entre bultos y más bultos de los bolivianos.
La idea es dormir durante toda la noche hasta que lleguemos a La Paz, pero va a ser complicado entre la incomodidad, el olor fuerte, los aullidos de las cholas, y todo lo que implica viajar en éste país. Lo unico que puede llegar a ayudarme es el somnífero libro de Dostoievski que cada vez me cuesta más leer y que de seguro no voy a terminar en el viaje como era mi intención; mejor por otro lado, eso quiere decir que ocupo las horas disfutando de cada lugar. Supuesta-mente va a haber asfalto en todo el camino, será la primera vez que viajemos por rutas asfaltadas en Bolivia. Mañana vamos a hacer La Paz, y Tiahuanaco, sólo tenemos una vaga idea de cómo llegar allí desde la capital del país, pero pienso que nos vamos a dar maña.
viernes, 7 de agosto de 2009
A la muerte, a la muerte besaremos
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