12/02/09
21:51
En viaje a Cuzco (Perú)
Como a las once, cuando salió el sol, cometimos la torpeza de bajar hasta los muelles para averiguar cómo era el tema de los pasajes para volver a Copacabana, la hora exacta en que salían las lanchas, etc. No averiguamos nada en concreto y encima teníamos que volver a subir todos los peldaños de la escalera del Inca. Si bien no era lo mismo sin los bolsos, la diligencia se convertía una vez más en una tortura espantosa. A pesar de eso el paisaje de la isla al mediodia, con el sol brillando con fuerza después de la lluvia, era hermoso. El lago parecía renacer y recuperarse por completo de la niebla y la llovizna que horas antes lo había ocultado a nuestros ojos.
En unas de las tantas paradas que hacíamos mientras subíamos la escalera, se puso a charlar con nosotros un italiano que estaba padeciendo el mismo dilema que nos aquejaba, subir la escalera. El tipo tenía una onda terrible y nos quedamos hablando como media hora. Nos contó en un español casi perfecto pero con una fuerte acento ítalo, que la noche anterior había subido hasta la cima de la isla y desde allí contempló a pesar del frío, la luna reflejandose en una parte del lago, y la tormenta azotando la otra. Hablamos de futbol, de rugby, de Argentina, de Italia, un poco de todo. La subida se hizo más amena charlando con él, pero igualmente tardamos mucho, ya eran como la una de la tarde, teníamos que comer. Fabio, el italiano, nos recomendó un restaurant donde él había desayunado y allí fuimos los tres a comer.
Fabio tenía un apetito voraz, no dejó ni una miga en su plato, yo comí unos spaguethis bastante ricos, -aunque a esta altura cualquier cosa que no tenga el olor nauseabundo de la humita es rica-, Alvarito repitió la trucha. Le hize escuchar Piazzolla al italiano por el mp3, y le recomendé un par de libros de autores argentinos. Nos contó de la vida en europa, se quejaba de lo mal que están las cosas allá, se ve que sólo conoce Argentina como turista, con el trabajo que tiene en Italia y que le permite recorrer buena parte del mundo, en nuestro país apenas llegaría a fin de mes. Quedamos en encontrarnos el domingo al mediodia en la plaza de Cuzco pero no creo que sea posible. Éste no tiene ni mail ni telefono, o sea que si ese día andamos por Machu Pichu no le vamos a poder avisar. Le mostramos fotos del salar de Uyuni y de Tiahuanaco, el tiene máquina de las viejas, las de rollo. Un poco como que envidio su poco a apego por la tecnologia, él sí saca fotos, nosotros imágenes digitales, y si bien es cierto que podemos llegar a sacar mil o más de éstas imágenes, no son lo mismo que una fotografía.
Después de comer volvimos al hotel a buscar los bolsos y la chola nos pegó una terrible cagada a pedo porque la habíamos dejado colgada y no había podido bajar a buscar a los turistas que llegaban en las lanchas. Agarramos los bolsos y nos fuimos silbando bajito, llegamos justo a una de las lanchas y no encontramos lugar adentro ni arriba, por lo que fuimos en la popa con el conductor y su asistente. Las lanchas tienen un solo motor y con éste el tipo la menaja, moviendolo según corresponda para que la misma vire o frene o lo que sea. Se quedó sin nafta un par de veces y yo me tenía que parar y sacar un bidón de debajo de donde estaba sentado. Llegamos pese a todo a Copacabana y tuve que usar de urgencia uno de esos baños públicos que había en los muelles. Yo que jamás tuve asco para esas cosas, limpié el inodoro antes de sentarme, es increíble que te cobren para usar un baño que esta más sucio que el de Trainspotting.
Sacamos un boleto a Cuzco y esperamos que se hiciera la hora para emprender el viaje. La mina que nos vendió el pasaje nos dio una explicación de cómo venía la mano pero hasta que no nos tomamos el tercer vehículo del itinerario, en Puno, no me cerró la historia. Primero, al salir de Copacabana, nos subimos a una combi en la que entraban como veinte personas, nosotros ibamos atrás del todo, arrinconados contra el fondo de un vehículo lleno de turistas pero por sobre todo, de chilenos. En eso fuimos hasta la frontera que no quedaba al paso como la de La Quiaca Villazon si no a unos cuantos kilometros de la ciudad. En el paso fronterizo tuvimos que mostrar ese papel que nos habían dado en Villazon que constataba nuestra entrada a Bolivia. Discuti ahí con un mili-co boliviano que se había hecho el galan con unas francesas y que a mí no me quería dejar entrar si no hacía una fotocopia del papelito, y que decía que los argentinos eramos todos complicados, me dejó entrar y adentro me di cuenta que tenía que hacer una copia y que Alvarito no la había hecho porque tiene pasaporte; el milico me tendría que haber explicado eso y yo no hubiese hecho quilombo.
De ahí teníamos que caminar hasta el lado peruano y tomar un micro que nos iba a llevar hasta Puno. Cuando ya estaba en el micro me di cuenta de que había dejado la campera en la combi, al otro lado de la frontera. Empece a putear por haber perdido la unica campera que traje al viaje, esa prenda que tengo desde los 16 años y que quiero tanto. Me fui corriendo hasta el lado boliviano, crucé a los saltos las cadenas que separan los dos paises para comprobar con desilusión que la combi ya se había ido. Tuve que volver medio a los apurones tambien porque lo unico que me faltaba era que el micro me dejara abandonado ahí, entre fronteras, en tierra de nadie. Llegué a tiempo, me senté en mi lugar y seguí puteando a sol y a sombra, el micro arrancó y por allá se produjo el milagro, un tipo entró con dos camperas y una de ellas era mi querida campera de jean color negra.
Llegamos a Puno, nos bajamos en la terminal y nos encontramos con la pareja de argentinos con los que habíamos hecho la excusión en Uyuni, la chica cuando lo vio a Alvarito barbudo y con la cara de satiro que tiene, se asustó y poco más que pega un grito, le tuvo que explicar quién era, después aparecí yo y nos conocieron; mi compañero está obligado a afeitarse, porque corre el riesgo de ser detenido como sospechoso de terrorismo. En la terminal tuvimos que dar los datos una vez más y tomar otro colectivo, una pena porque el que nos había llevado hasta allí era cómodo y vistoso, ahí me cerró todo lo que la mina que nos vendió el pasaje me había explicado horas antes. Después de tanto viajar en micros llenos de bolivianos, casi hacinados y al borde de las nauseas por el olor, y de la locura por los gritos de las cholas en medio de la noche pidiendo mantas, o pidiendo aire porque se ahogaban en medio del dia, fue un placer viajar con gente civilizada. Había turistas de todos lados en el bus, en la terminal de Puno para abordar el micro que nos llevaría hasta Cuzco teníamos que pagar el despreciable derecho de terminal, como no teníamos Soles ahí mismo nos dieron unas monedas por nuestros queridos 20 bolivianos, la plata apenas alcanzó para poder pasar la puerta.
El micro era grande, bastante cómodo, mucho mejor inclusive que el que nos había llevado de Bs As a Salta. En medio de la noche paró en no sé qué lugar para que unas francesas pudieran entrar a un kioskito o algo así, y usar el baño. Yo me bajé y con otros pasajeros orinamos mansos detrás de un camión, una luna grande y hermosa fue testigo del amonio caliente y la espuma que formó en el suelo. No tengo la menor idea de cuánto faltara para llegar a Cuzco, espero que lleguemos tipo a las seis de la mañana, en un horario que nos permita buscar un buen lugar, y barato por supuesto, para hospedarnos los días que estemos en la ciudad que alguna vez fue capital del imperio inca.
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