lunes, 10 de agosto de 2009

La isla del sol
















11/02/09
22:23
La Isla Del Sol (Bolivia)

La iglesia de Copacabana es muy linda para una ciudad que salvo las orillas bañadas por el Titi Caca, no tiene nada de lindo ni de interesante. La iglesia ocupa casi una manzana y tiene una arquitectura bastante peculiar, no es tan alta ni suntuosa como otras iglesias que hemos visto en Bolivia, pero es mucho más linda que muchas. A la mañana recorrimos el lugar, las calles llenas de negocios que venden artesanías y pasajes en lancha a la isla, esa especie de peatonal que desemboca en el lago, que es una especie de mercado del calvario pero para el turismo. Hay muchos extranjeros en Copacabana, todos de paso, todos camino a la isla.
Sacamos pasajes a la isla, cambie plata y ya me devaluaron el peso argentino, tendría que haber traído dolares. Almorzamos trucha con arroz, papa fritas y ensalada. Es la primera comida decente que hacemos desde que salimos de Casares, igual me quedé con ganas de que la porción de trucha fuera un poco más grande, pero por 12 bolivianos no se puede pedir mucho más. Recorriendo los puestos de venta, me probé un pulover de lana, un pulover que creí artesanal, como no me alcanzaba la plata, le dije al changuito que me atendió que me lo guardara. Al cambiar me encontré con la sorpresa de que nos habían devaluado el peso acá en Copacabana, entonces decidí no comprarmelo. Despúes, recorriendo un poco más el lugar y recorriendo la isla tambien, encontré el mismo pulover en casi todos los puestos de venta, color naranja, color amarillo, color rojo, el mismo sol en el pecho y la misma capucha para meter la cabeza, lo que creía artesanal, era sólo un producto más, fabricado en serie, casi todo es así en el lugar.
Al mediodía empezó a llover con fuerza, pareciera que la lluvia nos lo está haciendo a propósito, no hay un día ni una ciudad en la que nos deje en paz. Nos refugiamos en un ciber, grabé las fotos que llevo sacadas en un dvd, y después, cuando escampó, fuimos a buscar los bolsos al hotel y nos dirigimos a esa especie de muelles improvisados con maderas que apenas soportan el peso de un ser humano, para esperar la lancha que nos llevaría a La Isla del Sol.
No dejaba de llover, caía una lluvia finita y molesta que por momentos se volvía un chaparrón fuerte y violento. Nos embarcamos, seríamos como 40 personas en una lancha que no sé si estaba preparada para aguantar tanto peso. Todos los bolsos tirados en el medio, la mitad de los pasajeros arriba del techo, abrigados por la lluvia, nosotros por suerte conseguimos lugar adentro. La embarcación avanzaba despacio por el lago inmenso, vista a la distancia la ciudad de Copacabana se volvía linda, se veían sus ondulaciones, sus montañas verdes. Nuestro bote era el más lento de todos los que salieron rumbo a la isla al mismo tiempo, y llegaron antes que nosotros, igualmente tardó menos de una hora y media en llegar. El lago parece ser interminable, a medida que nos acercabamos a la isla, el sol empezaba a adueñarse del cielo, y cuando llegamos, como haciéndole honor al nombre de ésta, el astro se instaló sobre la misma y no abandonó su posición hasta que la llegada de la noche lo obligó a esconderse dentro del lago.
Llegamos y al bajarnos de la lancha, -tuvimos que cruzar a otra y a traves de ésta, sí saltar a un muelle improvisado como los de Copacabana, y pisar el suelo-, nos cobraron una especie de entrada para visitar la isla, unos 5 bolivianos. Nosotros y toda la gente que había salido en nuestra lancha y en las otras desde Copacabana, nos encontrabamos con todos los que dejaban el lugar y volvían para tierra firme. El lugar estaba lleno de extranjeros, el lugar no parece ser parte del te-rritorio boliviano, es un lugar de ensueño que al ser, -se podría decir-, usurpado, por gente de todo el mundo, pasa a ser parte de todos los paises, y de ninguno al mismo tiempo.
Lo primero que teníamos que hacer, como cada vez que llegamos a un lugar nuevo, era encontrar un hospedaje, y para eso había que subir La escalera del inca con los bolsos a cuesta. Nunca en la vida me cansé tanto, nunca en la vida pené tanto como lo hice escalando uno a uno, la cantidad interminables de peldaños de dicha escalera, se pena tanto haciendo eso, que no se llega a disfrutar de la belleza del paisaje hasta una vez que uno termina con la escalada tortuosa. Un poco nos consolabamos viendo que todos estaban en las mismas condiciones que nosotros, los europeos, los norteamericanos, los chilenos que son una cantidad impresionante. Unos bolivianitos lugareños se ofrecían a cargarnos los bolsos a cambio de unas monedas, costaba decirles que no, la vergüenza y un poco de dignidad que aún nos queda, evitaron que les dieramos el equipaje, cosa que muchos hicieron.
En lo más alto de la isla, justo cuando pensaba que me iba a morir y cuando arrastraba la lengua por el suelo, encontramos hospedaje por 20 bolivianos. Lo primero que hice una vez dentro del hotel, fue ponerme los cortos y después, tuve la ocurrencia de mirar por la ventana y con-templar la vista hermosa y perfecta del lugar: el sol reflejandose en el lago, que más que lago es un océano de agua dulce que se extiende hasta adonde a uno le alcanza la vista, la isla de la luna y otra islita que está enfrente a ésta y que parece una torta por su redondez perfecta y las plantas todas iguales que son lo unico que tiene ademas de tierra y roca, y lo que sea de lo que esté hecha. Todo el esfuerzo y la energía que habíamos gastado subiendo, no habían sido desperdiciadas en vano, esa vista por la ventana del hotel merecía la pena.
En la isla hay unas ruinas arqueológicas, salimos caminando hacia éstas por un camino angosto en lo más alto del lugar, desde allí se contemplaba todo el lago inmenso y además la isla hermosa y gigante, con terrazas sembradas como lo hacían los incas. En el camino se nos cruzaban los lugareños cargados con rastrojos y bolsas de habas que es lo que se siembra en el lugar, junto con papas. Tambien llevan burros cargados hasta con cosas livianas como trapos o bolsas, la parte sur de la isla está habitadas por los quechuas y la norte por los aymaras, nosotros estabamos en la parte sur. Los burros andan por todos lados como panchos por su casa, y da envidia ver el paso cansino pero firme con el que se mueven. Llegamos a las ruinas, eran una especie de templo, pero para mí era una casa de veraneo de dos pisos que la realeza incaica usaría para vacacionar. Estaba bastante bien conservada e impresionaba el tamaño. Después de eso seguimos camino sin saber muy bien hacía dónde ibamos, buscando algo que no sabíamos qué era. Llegamos hasta el final de la isla, o el comienzo, según cómo se lo miré. El lugar es belleza pura.
Caminar, subir y bajar caminos, peldaños, piedras, nos cansaba, pero nada cansaba tanto cómo la escalera que habíamos subido unas horas antes. Salimos caminando para el otro lado, llegamos hasta el límite de la parte norte, que es la más grande de la isla, pero no la cruzamos porque no nos iba a dar el tiempo. Regresamos, se estaba haciendo de noche, en uno de los puestos de venta que hay, me compré una funda para almohadón. Acá en Bolivia vos preguntas el precio de alguna cosa, y antes de que pasen tres segundos, la vendedora ya te lo bajó unos bolivianos, después de eso comienza el regateo. Lloré como una rata, imploré lástima diciendo en voz alta que si compraba la funda no podía comer a la noche, -cosa que hice pero no por haber gastado los 15 bolivianos en esa tela roja-, y al final me la compré. En el regateó gané 10 bolivianos, puse la funda en la mochila, y subimos hasta lo más alto de la isla para ver el atardecer.
El sol se fue acomodando poco a poco entre las nubes y después descendió despacio sobre el lago, tiño el cielo, el agua, las nubes, y la isla de miles de colores diferentes, en un lugar se veía un arcoiris, en el otro la noche que ya había empezado a acomodarse, más allá el color azul claro se negaba a abandonar el firmamento, y un poco más lejos la luna que hacía fuerzas para empezar a reflejarse en el lago. Contemplamos en silencio durante casi media, lo más perfecto y bello de la naturaleza, llevado a cabo en su máxima expresión.
Después, cuando muerto de frío me quise ir para el hotel, me pegué la perdida más grande de toda mi vida. Salí caminando rumbo al hotel, iba por un senderito, -la isla no tiene calles-, cuando quise acordar, estaba en el patio de una casa, di marcha atrás, empecé a bajar escalones y casi terminé en el lago, a subir otra vez la escalera, subí tanto que llegué hasta lo más alto de la isla, y me salí del camino, y me metí entre unos arboles, una especie de eucaliptus que crece desordenada y misteriosamente en la cumbre del lugar. Bajé casi corriendo, parecía una pesadilla, no entendía el por qué de tantas vueltas, no me entraba en la cabeza cómo podía ser que fuera de un lugar a otro sin poder encontrar el camino al hotel. Por allá lo vi a Alvaro caminando como a cien metros, él bajaba y yo subía. Después de eso como que se me borra la memoria y llego al hotel.
El hotel es lindo, limpio y barato, lo atiende una chola y parece ser que se encarga de todo, no hemos visto otros huespedes en el lugar así que quizás seamos los unicos. Me pegué un baño, el agua salió fría como en todos lados, y encima el frío a la noche en el lugar es terrible. Nos pusimos a tomar unos mates en la pieza, con las galletitas que traigo desde Casares y que se me están por terminar, escuchabamos música por mi mp3, un auricular en la oreja de cada uno. Es la primera vez que Alvarito escucha algo bueno, algo que no sea el aburrido Bumbury y los re contra aburridos y secadores Radiohead.
Mirabamos por la ventana y apenas si veíamos a dos metros de distancia, la isla era todo silencio y soledad, apenas si se veían las luces de alguna pieza de otro hotel prendida. La luna debe estar del otro lado, del nuestro hay tormenta. Es un lugar hermoso pero sólo para pasar un par de días, mañana tenemos pensado levantarnos para ver el amanecer, después vamos a caminar hasta la parte norte de la isla, a eso de las tres de la tarde nos tomaremos la lancha a Copacabana y de ahí un micro a Cuzco. Estamos cada vez más cerca de Perú y Machu Pichu, la principal razón por la que emprendimos este viaje.

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